en la banda sonora de
nuestras vidas siempre figurará una canción de Oskorri. Hemos nacido,
crecido y vivido bailando de parranda a los sones de Furra furra, cantando en las sobremesas Euskal Herrian euskaraz o esperando a que en la verbena de las fiestas del pueblo alguna chica nos pidiera un agarrao mientras sonaba Aita semea.
44 años y 3.000 actuaciones después, Oskorri entona la despedida. Y nos
invade cierto sentimiento de tristeza porque podremos seguir escuchando
los 500 temas que han compuesto (muchos de ellos recuperados del
cancionero) pero sin disfrutar de sus directos, pura versatilidad
musical. Hasta quince instrumentos (puede que fuera alguno más) conté en
el recital que ofrecieron hace quince días en el Baluarte de Iruñea.
Como muchas veces, como ayer en Bilbao, o como anteriormente en todas
las capitales vascas, Oskorri ofreció un concierto precioso. Sonaron los
clásicos, auténticos himnos de este país, y los menos clásicos en dos
horas largas de recital de un grupo que ha sabido cautivar a varias
generaciones sin perder su esencia, a euskaldunes y erdaldunes, a niños,
jóvenes y mayores. Puro patrimonio cultural. Seguramente no ha habido
un grupo más popular. Beste bat, beste bat, beste bat...
lunes, 23 de noviembre de 2015
martes, 17 de noviembre de 2015
Miseria moral
Sabíamos que José Ignacio Munilla es un provocador y un sectario. Ahora sabemos también que es un miserable moral. El obispo de Donostia, afín al sector más ultra de la Iglesia católica española, esta vez se ha pasado tres pueblos. No solo por respaldar las deplorables declaraciones que el arzobispo Antonio Cañizares efectuó a mediados de octubre, cuando puso en duda que la mayoría de los refugiados que huían entonces y huyen ahora de Siria fueran “perseguidos”. El tuit de Munilla (“el Cardenal Cañizares fue injuriado por alertarnos del peligro. ¡Cuántas lecciones nos da la historia!”) es una ofensa para las miles de personas que escapan de la guerra y de la miseria en Siria, que escapan de bombas, balazos y atentados como los del pasado viernes en París. De un obispo se espera mesura en sus palabras, fraternidad en su mensaje y el uso de un lenguaje prudente y cuidadoso. Todo lo contrario a lo que expresa en su mensaje Munilla, que aprovecha la primera oportunidad y una información que luego resulta errónea (el hallazgo de un pasaporte sirio en el lugar de uno de los atentados) para mezclar churras con merinas, y meter en el mismo saco a terroristas y refugiados. Un mensaje lamentable, desgraciadamente muy en la línea de un obispo que una vez más queda retratado. Un obispo muy alejado de la doctrina que ha predicado Francisco durante la crisis de los refugiados. Solo unas líneas más abajo, en la misma información que acompañaba el tuit de Munilla, se recordaba el llamamiento del Papa a los obispos de Europa para que sus diócesis acojan a los refugiados. “La Misericordia es el segundo nombre del Amor”, señalaba Francisco. Si tuviera una pizca de dignidad, Munilla rectificaría y pediría perdón. No lo hará. Ni siquiera ha borrado el mensaje en su cuenta de Twitter. Resulta indigno que un personaje como él sea el máximo representante de la Iglesia guipuzcoana.
miércoles, 11 de noviembre de 2015
De calor, reconocimientos médicos y sentido común en la Behobia
nunca había corrido una Behobia con semejante calor. Y ya son 26 seguidas las que llevo anotadas en la libreta. He corrido con lluvia, con frío polar, con calor, con vientos de todas las velocidades e incluso en mitad de una ciclogénesis explosiva. Nunca bajo la nieve, un fenómeno que no se suele registrar el segundo domingo de noviembre. Nunca había corrido una Behobia con tanto calor (sí otras pruebas), pero tampoco había visto jamás tanto público en las aceras y tantos equipos médicos y sanitarios preparados para socorrer al corredor.
Hace tiempo que dejé de mirar al cronómetro y de fijarme objetivos. Qué más da llegar de Behobia a Donostia en una hora y 20 minutos, que en dos horas y cinco minutos. El caso es disfrutar, sentirte el ser más dichoso del mundo porque te aplauden y jalean miles de personas por hacer lo que te gusta, y dar buena cuenta del tercer tiempo junto a familiares y amigos.
Digo bien disfrutar, aunque las imágenes que nos vienen a la cabeza desde el domingo pasado sean más bien de padecimientos sobre el asfalto. La Behobia, como todo fenómeno social, tiene sus pros y sus contras. Más pros que contras, dicho sea de paso. Es una carrera que cada edición que pasa está mejor organizada (con sus peros, este año en el avituallamiento anterior a Gaintxurizketa) y con participantes mejor preparados. Puede resultar contradictorio si nos remontamos cuatro días atrás, pero es un hecho que el creciente hobby de correr ha contribuido a que los aficionados estén mejor informados sobre cuestiones como el material, la alimentación o cómo deben entrenarse.
La mayoría de los participantes cumple el estándar que exige una prueba de este calibre: una buena condición física y una buena preparación durante tres, cuatro o cinco largos meses. La Behobia no es una carrera cualquiera. Primero, por la distancia: 20 kilómetros. Segundo, por el trazado: un continuo rompepiernas con dos cuestas que se hacen duras (Gaintxurizketa y Miracruz), a las que hay que añadir desde hace dos años la subida a Capuchinos, en Errenteria. Es una carrera exigente que requiere una preparación igualmente exigente y minuciosa si no se realiza ejercicio físico con frecuencia.
Su popularización ha provocado que haya personas que la vean como un objetivo asequible con unos pocos entrenamientos. Nada más lejos de la realidad. Pero repito (y no hay más que fijarse en las fotos y vídeos), la mayoría de los participantes están bien preparados, llevan la ropa adecuada y conocen el abc de la carrera. No hay que olvidar tampoco que un elevado número de corredores ha disputado la prueba más de una, dos, tres y diez veces, por lo que son conscientes del reto al que se enfrentan. En la retina de muchos corredores y espectadores nos queda la imagen de participantes extenuados, que llevaron el esfuerzo físico hasta el límite, pero, aunque cueste creer, en condiciones normales son los menos.
Como en todos los órdenes de la vida, y la Behobia no es una excepción, en una carrera de este tipo hay que tirar de sentido común. Las piernas no funcionan si no se corre con la cabeza. Si uno está enfermo, no participa, y si no se encuentra bien, se retira. Una retirada a tiempo siempre es una gran victoria. Algo tan obvio que a veces olvidamos.
Llegados a este punto, cada vez que se produce una muerte sale a la luz la obligatoriedad o no que tienen los organizadores, en este caso el Fortuna, de exigir un reconocimiento médico o una prueba de esfuerzo como requisito para participar en una prueba de este tipo. Por pura lógica, la exigencia de un examen médico previo amortiguaría el riesgo de que se registraran percances. Desgraciadamente, a veces un reconocimiento tampoco garantiza que alguien esté libre de sufrir una fatalidad. Con frecuencia, se alude a que en Francia se exige un certificado para correr carreras. Cierto, pero diré por experiencia propia (he corrido más de 20 carreras al otro lado de la muga) que en ocasiones no deja de ser un mero trámite. No hay una autoridad médica o sanitaria que corrobore que el papel que entregas tenga validez. A veces, un voluntario (un aplauso desde aquí porque no hay prueba que se precie sin ellos) se encarga de recoger (que no revisar) el certificado antes de entregarte el dorsal.
Cargar las tintas contra el Fortuna por no exigir la presentación de un reconocimiento médico resulta injusto. Por no decir que la picaresca estaría al orden del día. Todavía hoy, y pese a que los organizadores conceden un generoso plazo para cambiar la titularidad del dorsal (se puede hacer hasta la víspera de la carrera), hay corredores que participan con la inscripción de otra persona, otros que corren con un dorsal fotocopiado o directamente sin dorsal. Hay inconscientes (recuerdan a los patas del encierro) y corredores que no deberían tomar la salida. Pero son los menos. ¿Debe impedir el Fortuna su participación? Complicado en un colectivo de 27.000 personas. El camino pasa por insistir en las campañas de sensibilización sobre la necesidad de someterse a reconocimientos médicos periódicos. Tan importante como pagar 120 euros por unas zapatillas es invertir en la salud.
viernes, 6 de noviembre de 2015
Tan sencillo como correr
los expertos lo llaman Síndrome de los hombres que se ponen a hacer deporte después de ser padres por primera vez. Se trata de una patología
que se observa sobre todo tras las vacaciones de verano y entrado el
otoño, y tiene una de sus máximas expresiones este domingo, en la
Behobia-San Sebastián. Después de años de sedentarismo, rebasada ya la
treintena, se enfundan pantalón corto, camiseta y zapatillas, y
ejercitan la sana y saludable costumbre de correr. Primero, para probar;
superados los primeros sofocos, para disfrutar; y, ya en forma física,
para competir, mayormente en la Behobia, convertida
desde hace años en un fenómeno social. Llegados a este punto, el de los
entrenamientos para la competición, las conversaciones familiares se
trufan de palabras hasta entonces desconocidas como ritmo por kilómetro,
lactato, fisio, tirada larga, liebre, pronador, masajista, series de
400 a dos minutos y un infinito vocabulario. Como todo en la vida, en el
término medio está la virtud. Cuando se compite, sobre todo en una
carrera como la Behobia, que sufre marquitis, conviene
no obsesionarse, intentar disfrutar y cruzar la meta con una sonrisa.
Pocas veces, por no decir nunca, se encuentra uno con un pasillo de
miles de personas que te aplauden por hacer algo tan sencillo como
correr.
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