Monte usted un banco, entre en bancarrota y siéntese tranquilo en su sillón, que ya vendrá aita Estado a rescatarle. Harrittua ta perplejua se queda uno cuando escucha y lee las informaciones sobre el cataclismo económico que acontece allende los mares, en los USA. El Gobierno del tío Bush quiere salir en auxilio de los codiciosos que en los últimos años han ganado dólares a mansalva, apagando el fuego de sus quiebras con dinero público. El americanito de a pie tiene que pagar la barra libre que se habían montado los tiburones de Wall Street. El otro día le pusieron un número al agujero y no me entraban tantos ceros en la calculadora: 700.000 millones de dólares, es decir, 479.000 millones de euros. No quiero hacer la típica división de esta cifra entre lo que cuesta un hospital o lo que vale acabar con la muerte de miles de niños hambrientos en cualquier país de África porque luego te llaman demagogo. La vergonzosa cifra lo dice todo. Acudo al presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Poettering, entrevistado ayer en El País, y entresaco el titular: No se pueden dar 700.000 millones a los bancos y olvidarse del hambre". Sensatas palabras. Uno creía que los banqueros (que no bancarios) eran gente, que sabe lo que hace. Y ahora resulta que algunas de las principales entidades de los USA, sobre todo las dedicadas a la inversión, estaban gobernadas por zoquetes a los que les podía una avaricia desmedida. Afortunadamente, siempre nos quedará Botín, un tipo que compra bancos como usted la barra de pan.
lunes, 29 de septiembre de 2008
lunes, 22 de septiembre de 2008
Del kalimotxo al botellón
Cuenta la leyenda (más realidad que leyenda, la verdad) que el kalimotxo nació en 1972 en las fiestas del Puerto Viejo de Algorta. La cuadrilla Antzarrak había montado una txosna y se había traído de La Rioja 2.000 litros de cosechero. Al abrir las primeras botellas comprobaron que aquel vino no se lo bebían ni los paladares más rancios. Estaba picado. Por aquello de no envenenar a medio Getxo y parte del Gran Bilbao, los chavales decidieron mezclar ese vino-vinagre con Coca-Cola, y así se gestó el famoso combinado, que fiesta a fiesta recorrió luego la piel de toro. Supongo que del kalimotxo nació el botellón, cuyo origen sospecha uno que no está a este lado de los Pirineos. El botellón ya se practicaba en la cuenca del Bidasoa años antes de que hordas de chavales tomaran plazas y calles. A mediados de los 80 era habitual que las gentes del Bidasoa acudieran a las fiestas de verano de Sara, Askain y Urruña con garrafas de plástico llenas de cerveza y kalimotxo. Subían a las bentas (con b) del alto de Ibardin a abastecerse y se dirigían luego a Sara o Askain, previo levantamiento de barrera (a pulso) en el paso fronterizo de Lizuniaga. Y no era una juerga reservada a adolescentes. Al botellón se apuntaban también hombres y mujeres talluditos. Potear en las escasas tascas de Iparralde resultaba caro y hasta raro. Hoy, paradojas de la vida, hay botellón a este lado de la muga. El euro, como el tren que diría Ibarretxe, nos iguala. Hoy, tomar un pote en una tasca de Sara es tan caro como hacerlo en cualquiera de Gipuzkoa.
viernes, 5 de septiembre de 2008
Prohibido prohibir
Los italianos son unos cachondos. Maticemos. Los alcaldes de Italia son unos cachondos. Y si hilamos más fino, algunos alcaldes de la bota. A principios de agosto el Gobierno aprobó un decreto que otorga a los primeros ediles más poderes en materia de orden público, seguridad ciudadana y decoro. Y el ministro de la cosa, o sea, el de Interior, les pidió que echaran mano de la imaginación a la hora de regular nuevas prohibiciones y sanciones. Pues bien. Algunos alcaldes han hecho suyo el lema La imaginación al poder y se han puesto a dictar las normas más insólitas que uno pueda pensar. En Novara, por ejemplo, se prohíbe que más de dos personas a la vez se sienten en el banco de un parque; en Positano te juegas una multa de 50 euros si caminas con zuecos (alegan que hacen mucho ruido); en Forte dei Marmi (qué nombre más bonito) te expones a recibir una factura de 500 euros en el caso de que se te ocurra cortar el césped el fin de semana; en Trento ni pensar en hacer fotos a los niños en la piscina (aunque sean los tuyos) porque te puede caer una sanción y, en Eraclea, el muy malvado alcalde dice que no se pueden hacer castillos de arena en la playa. Pero hay más. En Éboli, si estás desatado y pretendes lanzarte a "efusiones amorosas" con tu chica o chico, olvídate: si te pilla el munipa de turno, la broma te puede salir a 500 euros. No sé si el Rubalcaba de turno va a conceder más poderes a los Elorza de turno. Pero puestos a pedir, yo prohibiría aparcar vehículos en las plazas habilitadas sólo para personas discapacitadas. ¿Ah, que ya está prohibido? Pues, a veces, no lo parece.
lunes, 1 de septiembre de 2008
Pintxo, cerveza... y remo
Dicen los amantes del sillonball que el remo y el ciclismo son dos deportes para disfrutarlos in situ... y verlos por televisión. Y seguramente no les falta razón. Te tiras más de 24 horas esperando al pelotón en una cuneta, y resulta que los esforzados pasan delante de tus narices en un santiamén, mientras un amigo ve la misma etapa por la tele, tirado en el sofá y con un ojo en la siesta. En el remo tampoco hay gradas (todo se andará), así que muchas veces lo fías todo a unos buenos catalejos y radio. Desde casa todo parece distinto gracias a las excelentes retransmisiones que se hacen de carreras y banderas. Ir de regatas ya no es lo que era. El mundo del remo ha cambiado a mejor. Ahora si acudes a una regata de la Liga ACT puedes hacer un tres en uno: ver la competición en una pantalla gigante que se instala cerca de la meta, beber cerveza (con o sin) a un euro y comer un pintxo de bonito (también a un euro). Si andas avispado hasta vuelves vestido a casa porque se regalan gorros, pañuelos y camisetas de los clubes. Antaño envuelto en eternas polémicas, el remo se ha calmado gracias, entre otras cosas, a la profesionalización y al GPS que, como el algodón, no engaña. Es, además, de los pocos deportes en el que el aficionado acude con papel y boli para apuntar tandas y tiempos. Y de los pocos también que adornan los pueblos. El tío Mauri coloca todos los años su bandera, la de Hondarribia, en el balcón. Cada vez que la Ama Guadalupekoa gana un trapo, pone una cinta en el palo de la bandera. Este año no hay ninguna. Ya llegará, ya llegará.
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