España debe ser el único país del mundo en el que a los fascistas se les llama nostálgicos. Como si se tratara de los fans de un cantante fallecido hace décadas. Debe ser también el único país que tilda de “anomalía” el hecho de que durante 44 años se haya exaltado con dinero público a un dictador en un mastodóntico mausoleo levantado por sus víctimas. Es también el único país del mundo en el que recordar a más de 100.000 asesinados que yacen en las cunetas es tildado por los de siempre como un “raca raca” (“todo el día con la guerra del abuelo y las fosas”, dijo hace unos años Pablo Casado). El PP de Casado que, junto a su muleta, Ciudadanos, se puso de perfil y se abstuvo cuando se modificó la ley de memoria histórica que permitió ayer exhumar a Franco. España tiene el dudoso honor de ser el segundo país del mundo con más fosas comunes. Solo le supera la Camboya de Pol Pot. 44 años después, hubo que asistir ayer a un espectáculo (no tiene otro nombre) lamentable. Una absoluta falta de respeto a las miles de víctimas del genocida entre 1936 y 1975. Solo faltaron las salvas militares. Sirva al menos la exhumación como primer paso al que deben seguir unos cuantos más. Por ejemplo, la devolución por parte de la familia Franco de todos los bienes de los que se apropió ilegalmente y, sobre todo, la reparación, con dignidad y justicia, a las miles de víctimas del sátrapa.
viernes, 25 de octubre de 2019
sábado, 19 de octubre de 2019
Los peros a Kipchoge
Una preparación de cinco meses con sesiones dobles a ese ritmo que solo soportan los corredores africanos, una vida espartana (visitaba a su familia solo los fines de semana), una dieta estricta, una resistencia al sufrimiento poco común, incluso entre deportistas de elite... pero lo importante eran las zapatillas. Reducir el mérito de la marca de Eliud Kipchoge a que usó un calzado que parece que te hace volar es mucho reducir. De todos los peros que se le pueden poner al registro del keniano, me quedo con tres. 1) El circuito no estaba homologado. Nada hace pensar que el trazado no midiera 42 kilómetros y 195 metros, pero tampoco lo contrario. 2) La bebida se la daban en mano desde las bicis, cuando se calcula que en un maratón ordinario se puede llegar a perder unos 15 segundos en cada avituallamiento. 3) No hubo control antidopaje. Cuesta creer que una exhibición en la que los patrocinadores invirtieron doce millones de euros no incluyera una prueba imprescindible para no alimentar las sospechas. Peros al margen y olvidándonos del marketing que envuelve la marca de Kipchoge, es para quitarse la txapela que un tipo corra 42 kilómetros a 21 km/h. Hagan un intento durante unos pocos metros y verán que es extraordinario.
viernes, 11 de octubre de 2019
Siete años y medio
“Ningún acusado estará en la cárcel más de siete años y medio”. De esta guisa concluía ayer la crónica que publicó El País para dar cuenta de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el caso Altsasu. Hay que leerlo dos veces: siete años y medio de cárcel por una pelea en un bar que se saldó con la fractura de un tobillo de un guardia civil. Decir que las penas son desproporcionadas es quedarse corto. Todo en este proceso ha sido desproporcionado desde que trascendieron los hechos: la acusación de un delito de terrorismo, el traslado del caso a la Audiencia Nacional en detrimento de la Audiencia de Navarra, la extensión de la prisión preventiva hasta límites extremos o la tipificación de los delitos para que las penas fueran máximas. Por no hablar del proceso paralelo que se emprendió desde determinados partidos políticos y determinados medios de comunicación. Lo que debió ser juzgado como lo que fue (una pelea) ha derivado en un despropósito judicial que el Supremo ha corregido a su manera (sin soliviantar a la Audiencia Nacional) y sin entrar en lo sustancial: la desproporción entre el delito y las penas. Los tribunales europeos posiblemente enmendarán la plana a los jueces españoles, pero entonces ya será tarde. Como tantas veces.
viernes, 4 de octubre de 2019
Snowboard en Etiopía
Organizar un Mundial de atletismo en Catar es tan disparatado como celebrar una prueba de la Copa del Mundo de snowboard en Etiopía. No ha lugar. Es estrambótico, un disparate. Hay dos argumentos de peso. Uno: las altas temperaturas y la humedad provocan que no se den las mínimas condiciones para practicar atletismo de alta competición. Y dos: no hay público, un ingrediente esencial en todo espectáculo deportivo que se precie. El flamante estadio Khalifa, con capacidad para 45.000 espectadores, está adornado con enormes lonas para tratar de disimular la ausencia de espectadores. Se han vendido un 10% de las 450.000 entradas disponibles. En medio de la opulencia de un país que no es ejemplo de nada, los obreros etíopes que construyen los rascacielos y que viven en la periferia de Doha en condiciones deplorables son de los pocos que dan vidilla a un Mundial en el que su país se ha colgado ya tres medallas. Con el talonario de los petrodólares y a golpe de compra de votos y voluntades de directivos deportivos corruptos, Catar se hizo con el Mundial de atletismo y organizará también el de fútbol en 2022 y el de natación en 2023. En 2015 ya acogió el de balonmano y consiguió la medalla de plata en un equipo con 15 jugadores nacionalizados (la mayoría serbios). Por comprar, hasta compraron a la peña Furia Conquense de Cuenca para que animara a la selección catarí.
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