Hace unos meses aproveché este privilegiado espacio para escribir sobre el fontanero, mi fontanero (con perdón). El tipo en cuestión tardaba tanto tiempo en acabar una obra en casa, que por un momento pensamos que quería quedarse a vivir. Por aquel entonces (hablo de cuando estaba a punto de acabar una faenita de nueve meses), desconocía que quedaba lo peor: la visita del técnico. Mentar al técnico es como mentar a la bicha. Que viene el coco, señores. El técnico, que se supone que viene a arreglarte una avería, te deja un agujero económico que ni pá qué. En concreto, a mí me tocó en suerte el técnico de la caldera, personaje equiparable al técnico de la lavadora, de la tele o del frigo. Hay otras categorías superiores de técnicos expertos en sablazos: los cerrajeros, que te clavan una factura de espanto y te dicen que no mires mientras trabajan, no vaya a ser que pilles el truco del almendruco. A lo que iba. El técnico de la caldera, al que, por cierto, ni siquiera vi la cara, empleó 40 minutos en realizar una tarea que desconozco. Porque leo en la factura el conceto que diría Manuel Manquiña en Airbag y me descoloco: Cambiar rampa de injectares y comprobar (sic). Ave María purísima. La cosa debe tener bemoles. Pregunto al fontanero y me dice que el asuntillo consiste en quitar dos tapas y poner seis tornillos. Pues caro me lo fiáis, amigo técnico. Aunque lo ponga en el recibo, cobrar 50 euros la hora por poner unos tornillos no es de recibo. A los 50 euros le sumas el precio de la dichosa rampa, el no menos dichoso codificador, el desplazamiento y el IVA, y ya tienes a un notario en ciernes.
lunes, 30 de octubre de 2006
miércoles, 25 de octubre de 2006
Mens sana...
Dicen por ahí que correr es de cobardes. Será de cobardes y lo que tú quieras, pero lo cierto es que cuando participas en una carrera y el espectador de turno te ve hecho una piltrafa, te grita con cristiana compasión: "¡Aúpa, valiente!". Dicen también que correr es aburrido. Vamos, que no tiene la emoción de jugar un partidito con los amiguetes o echar unos tiritos a la canasta. Dicen también que correr cansa tanto que no tiene que ser bueno para la salud. Y dicen también que, a veces, esas barrigas galopantes o esos atletas populares que corren con los pies pegados al suelo hacen daño a la vista. Pues vaya desde aquí un saludo animoso para todos aquellos atletas y proyectos de atletas que desde hace varias semanas pueblan las aceras y consumen horas y horas de entrenamientos para completar los 20.000 metros que separan Behobia del Boulevard de Donostia. Ganarán en salud física... y mental. Porque también dicen, y no hace falta recurrir a los expertos, que el atletismo, como cualquier otro deporte, sanea la mente. Lo comentaba hace una semana en estas mismas páginas una azpeitiarra que, junto a una quincena de amigos, acababa de completar el maratón de Amsterdam: "En lugar de ir al psicólogo, para liberar la tensión del día a día hacemos deporte". Inteligente reflexión. Te pasas el día de casa al trabajo y del trabajo a casa, malcomiendo y con cara de perro. Así que nada mejor para aliviar los malos rollos que sudando la camiseta a golpe de kilómetros a pie. Y si encima hay gente que desde la acera te grita "valiente", pues hasta acabas cansado, pero contento.
miércoles, 18 de octubre de 2006
Fiestas sostenibles
No fueron ni el cateto ni la hipotenusa, pero tampoco se les echó en falta. El Oinez se convirtió un año más en una marea humana de solidaridad y compromiso con el euskera para desgracia de Sanz y compañía, que se muestran ciegos y sordos ante una realidad imparable. Hoy es la universidad bilingüe y ayer la universidad pública. Mayores torres han caído. Por encima de los políticos que niegan la evidencia, Bera vivió una fiesta... sostenible. Porque sostenible es que más de 100.000 personas paseen por un circuito de siete kilómetros, y en las campas en las que se desarrollaban mil y una actividades no haya casi ni rastro de vasos de plástico aplastados contra la hierba. Se impone la moda de los vasos sostenibles, que ya tuvieron éxito en el último Kilometroak. Uno compra o alquila un vaso de plástico duro lo hay también para katxis y se va de ronda de txosna en txosna. Como el asunto se imponga por decreto pongamos que la UE aprueba una de sus famosas directivas, habrá que salir a potear con el dinero y el vasito de plástico en el bolsillo. Aunque vete tú a decirle al clásico tipo que bebe el cubata de Barceló con dos hielos y rodajita de limón, que se lo tiene que beber en un vaso de plástico de color azul. Y que lo del vaso de cristal pasó a la historia. Porque lo del vaso sostenible está muy bien, pero cuando ya te has tomado cinco choperas, el pringue de cerveza, kalimotxo o refresco que no todo es para tomar alcohol te llega casi hasta la muñeca. Así que toca construir fuentecitas para limpiar el recipiente y llegar a la sostenibilidad total.
miércoles, 11 de octubre de 2006
Pit lane
Hubo un tiempo, hace cuatro, cinco, nueve años, en el que la Fórmula 1 era en este país un deporte de segunda categoría. Basta con mirar las hemerotecas. Hace poco topé con un recorte de 1998 de un periódico de gran tirada que dedicaba menos de media página al inicio de la temporada. La Fórmula 1 nos sonaba porque siempre ganaba el mismo, se movía mucha pasta y estaban rodeadas de mucho boato, mucho dinero y muchas chicas (las chicas-palmero, esas que ya sean coches o motos, haga sol o llueva, siempre sostienen una enorme sombrilla). Por aquel entonces la Fórmula 1 sólo se podía ver en estos pagos por una cadena francesa o previo abono por un canal digital que te permitía escoger en cada momento la cámara que quisieras. Tú hacías de realizador de la carrera. Si quería ver los boxes, veías los boxes; si querías la meta, la meta. Hoy, con el fenómeno Alonso, te encuentras con el vecino de la esquina y te espeta: "¿Has visto A Alonso? Yo creo que si le llegan a dejar usar el mass damper, saca más tiempo en el pit lane y gana. Lo que pasa es que le ha perjudicado que saliera el safety car y que no pudo hacer una buena calificación para conseguir la pole position". Hoy hay más entendidos de Fórmula 1 que entrenadores de fútbol. El automovilismo ha conseguido lo que nunca lograron ni el baloncesto ni el balonmano. El aficionado de nuevo cuño es capaz de madrugar para ver el Gran Premio de Japón a las siete de la mañana. Aunque siempre tendrá sus opositores. Un colega de profesión asegura que la Fórmula 1 es tan deporte como el ajedrez y el mus. Y que les discutan a los muslaris si lo suyo es o no es deporte.
miércoles, 4 de octubre de 2006
De Anoeta a Illumbe
Están separados por unos centenares de metros, pero ir a uno u otro sitio es como presenciar la noche y el día. Asistir a los partidos de Anoeta es un suplicio que a veces se convierte en un ejercicio masoquista. Subir a Illumbe es acudir a la cita con la fiesta y el espectáculo. El Bruesa es el recién nacido al que todo el mundo mima y hace carantoñas. La Real es el alumno voluntarioso que no colecciona más que calabazas, supera el curso con un aprobado raspado y no repite porque hay estudiantes todavía más zoquetes. Uno y otro club tienen poco que ver. Hace tiempo que la Real es un equipo tristón, alicaído, que transmite desilusión, a pesar de que tiene detrás una hinchada con una paciencia infinita. Se fueron unos, vinieron otros, y todo sigue igual. Lo peor que le puede pasar a un club es que caiga en la indiferencia. El aficionado está tan hasta el gorro de los jugadores, los entrenadores y la directiva que incluso se lo pensó y mucho a la hora de acudir a la ampliación de capital, y ya ni siquiera debate sobre si se deben fichar a jugadores que no sean vascos. El Bruesa ha llegado como un huracán, respaldado por una campaña de marketing excelente y un equipo cercano al espectador. Ni siquiera se le pide que haya jugadores de casa (sólo uno de los doce es guipuzcoano). Hace tiempo que en deportes como el baloncesto el romanticismo ha pasado a un segundo plano. En el TAU, por ejemplo, nueve de los doce jugadores son extranjeros y huelga decir que el único vasco es el segundo entrenador. Pero el TAU gana, ofrece espectáculo y divierte. Y eso, amigo, es lo único que cuenta.
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