Sorpresas te da la vida. Se prepara uno para escribir sobre las fabulosas imágenes que ofrece cada día el Tour desde el helicóptero, sobre la maravillosa etapa del pasado miércoles, en la que nos mostraron glaciares, cascadas, aguas bravas, la impresionante Aiguille du Midi, al pie de Chamonix, el valle de Aosta, el corazón de los Alpes... puro gozo para la vista. Digo que se preparaba uno para hablar de todo esto y de las detalladas descripciones sobre el paisaje Tour que realiza en France 2 el veterano periodista Jean-Paul Ollivier (35 años siguiendo la carrera), cuando llega otro ciclista guipuzcoano y nos alegra una vez más la tarde. Y no se impone en una meta cualquiera. Gana en ese paisaje lunar que es el Mont Ventoux, purita historia del Tour, en plena Provenza francesa, en una cima desde la que dicen que se otea el lejano Mediterráneo. Y vence contra pronóstico, con toda la manada de lobos acechando por detrás, y sin que apenas tengamos referencias visuales una pena que su compañero de escapada no fuera francés porque el realizador de la televisión gala apenas prestó atención a la pareja de fugados, lo que acentúa nuestro nerviosismo y alimenta las dudas. Pero, como en el caso de Mikel Astarloza, tira de inteligencia y garra, y nos vuelve a emocionar. Gana un tipo que vive aquí al ladito. Un ciclista al que ves un día sí y otro también, con sol o con lluvia, sea verano o invierno. Tú en tu coche y él en su bici. Un deportista que ayer escribió una página para la historia: el primer vasco que gana etapas en el Tour, la Vuelta y el Giro. Zorionak, tocayo.
domingo, 26 de julio de 2009
miércoles, 22 de julio de 2009
Bourg-Saint-Maurice
Cannes, Cauterets, Verviers, Pau, Disneyland, Hautacam, Millau, Alpe d'Huez, Biarritz, Bergerac; San Pellegrino, Pistoia, Selva Gardena, Stelvio, Padula, Forte Marmi, Sestriere, Génova, Milán, Scanno... Y podríamos seguir añadiendo nombres hasta llenar unas cuantas páginas. Todos los nombres citados fueron finales de etapa del Tour y el Giro. Y en todos ellos el ganador fue un ciclista vasco. Un total de 58 victorias (35 en Francia y 23 en Italia) suma el ciclismo euskaldun, y otro buen porrón en la Vuelta, en lo que viene a ser el Grand Slam del pedal. Desde ayer hay que añadir la muesca de Bourg-Saint-Maurice y a su lado colocar el nombre de Mikel Astarloza. Hace unas semanas, en vísperas del Tour, el pasaitarra aseguraba a este periódico que en la ronda francesa se le hacía insoportable el tramo de la meta al autobús, el trajín de la llegada a la ducha. Ayer fue el trayecto más feliz de su vida, una exultante biribilketa del podio al hotel, de entrevista en entrevista. Pocas veces un deportista merece tanto su día de gloria. Éste es su séptimo Tour, había conseguido muy buenos puestos en años anteriores (noveno en 2007), pero en una grande sólo cuenta la victoria, nadie se acuerda del segundo. Le faltaba rematar, y ayer metió un gol por toda la escuadra, a pase de Txurruka, Antón y los otros cinco compañeros del Euskaltel. Astarloza llevaba toda la vida soñando con un hito como el de ayer. Se emocionó y nos emocionó a todos. Ya tiene su pueblo fetiche. Bourg-Saint-Maurice, se llama. Zorionak.
lunes, 20 de julio de 2009
Los toros tienen cuernos
Mientras los toros tengan cuernos (afilados cuernos) y el encierro se corra entre calles estrechas y repletas de mozos, habrá muertos. Mientras en Pamplona existan murallas y la peña se tumbe en sus repisas para dormir la mona o para echar un quiqui (¿se escribe así?, ¿o kiki?, ¿o quiki?, ¿o kiqui?), habrá muertos. Podríamos seguir con esta relación causa-efecto hasta llenar toda esta mesa, pero no merece la pena. Viene a cuento la reflexión después de leer y escuchar en los últimos días una sarta de sandeces sobre el encierro que ni Paco Porras en sus mejores tiempos. Desde prohibirlos hasta pedir un carné especial para correr tras la previa asistencia a cursillos, las propuestas han sido de un ingenio que pasma. Correr el encierro es una actividad de riesgo y, como tal, te puede llevar a la muerte. Así de sencillo y así de trágico. Lo milagroso (y toquemos madera) es que no se registren más cornadas mortales, dada la masificación que se registra entre los corrales de Santo Domingo y la Monumental. En un reto cara-espalda entre un animal de 600 kilos y un ser humano, te expones a algo más que un buen tropezón en la Estafeta. Puestos a hacer comparaciones odiosas, si en el próximo Gran Premio de Fórmula 1 un piloto se estampa contra un muro y fallece, ¿prohibiremos las carreras? La respuesta es obvia. Además, no demos ideas, que luego se entera la Comisión Europea, nuestra particular Santa Inquisición, y te prohíbe de un plumazo los encierros, el Chupinazo y hasta la salida de las peñas.
lunes, 13 de julio de 2009
Cómo mola ser Tribulete
Supongo que durante las nueve temporadas que duró esta serie, las facultades de Periodismo se hincharon a matricular nuevos alumnos. Si uno veía cualquiera de los capítulos, llegaba a la conclusión de que ser un Tribulete mola mogollón. Ligas un huevo (el cruce de romances entre los protas te llegaba a marear), vives experiencias con la mafia que ni Indiana Jones, tienes exclusivas cada dos por tres, llegas a casa a las siete de la tarde después de echarte unas cañitas con los compañeros de curro, y hasta te lías con la secretaria y lo hacéis en la mismísima redacción (semileyenda urbana). Todo esto y mucho más reflejaba una serie de factura notable, tan cerca o lejos de la realidad del periodismo como lo puede estar Hospital central del quehacer diario de médicos, enfermeras, celadores y demás personal sanitario. En el caso de un servidor, al día siguiente de cada capítulo, unos cuantos familiares y amigos enganchados al Crónica Universal te bombardeaban a preguntas sobre la profesión, que respondías mal que bien. La ficción resultaba un tanto idílica (todos los temas que trataban en los reportajes eran cojonudos), salvo en el caso del becario, que las pasaba canutas para conseguir un contrato (verdad como la vida misma en este bendito trabajo). Y frente al mundo de yuppi en el que vivía la sección de Local estaba el entrañable Blas Castellote (Álex Angulo), el Pepito Grillo, el protagonista que mejor representaba al periodista de toda la vida.
lunes, 6 de julio de 2009
Javier Solano
Dicen que los periodistas de prensa escrita tenemos ganada una mala fama de poco madrugadores. Que holgazaneamos cuando medio país ya está en marcha (será también que llegamos a casa bien entrada la noche, digo yo). Hay ocho días al año en los que, al menos un servidor, se levanta a eso de las ocho de la mañana, puntual a la cita con el televisor. Ocho días de madrugón para presenciar los 846,9 metros más plásticos y emocionantes del mundo. Los encierros forman parte de un ritual ligado inseparablemente con Javier Solano. Dice un compañero que este hombre nació para narrar encierros. Durante esas ocho mañanas es casi como de la familia. Hemos adaptado a nuestro vocabulario sus palabras y expresiones ("pata", "mozo", "lomo", "experimentado corredor", "astado", "inconsciente", "eso es lo que nunca se debe hacer") y hasta hacemos tertulia de cada carrera. Por repetida que sea la liturgia, el bueno de Solano siempre encuentra la palabra precisa.
Este año, por cierto, el encierro será bilingüe. Por primera vez el cántico al santo moreno se hará en castellano y euskera:
A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro dándonos su bendición.
Entzun arren San Fermin, zu zaitugu patroi, zuzendu gure oinak entzierro hontan otoi. ¡Viva San Fermín! Gora San Fermin!
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