Echas un vistazo a los periódicos del resacoso lunes postelectoral y vuelves a comprobar que los políticos son una especie única e intransferible. No digo que sea ni buena ni mala, sólo única. Se supone que, después de una jornada de elecciones, como después de un partido de fútbol, hay ganadores, perdedores y otros que ni fu ni fa. Pues no. Miras los periódicos y los informativos de las televisiones, y en todos los casos (partidos) los aspirantes salen a la tribuna de oradores para comparecer ante sus fieles con una sonrisa de oreja a oreja. Da igual que se hayan dejado 30.000 votos en el camino o que hayan perdido 28 concejales de una tacada. Lo importante es la pose y poner una sonrisa profiden, tirando a falsilla. Todo el mundo es bueno, todo el mundo triunfa. Aunque haya quienes tengan motivos para la celebración, el domingo todos los partidos perdieron un poquito. Al menos en Gipuzkoa. Cuatro de cada diez potenciales votantes no acudieron a la cita con las urnas, y eso que el día, precisamente, no acompañaba para tostarse al sol y pasar olímpicamente de las papeletas. Esta vez no vale la socorrida excusa de que hacía un "día de playa" y el elector de turno no estaba por la labor de votar. Así que quizás la dichosa jornada de reflexión, en lugar del sábado, se trasladó al lunes. Casi sin tiempo para recuperarnos de esta simplona campaña electoral, llega otra, la futbolera. La Real convocó ayer unas elecciones raras raras (pasen a la sección de Deportes). Y aquí sí que no valen las sonrisas porque este club es un mar de lágrimas.
miércoles, 30 de mayo de 2007
miércoles, 23 de mayo de 2007
El partido
El próximo domingo se para el mundo, y no precisamente porque se celebren las elecciones municipales y forales, o porque se dispute un Madrid-Barça. El próximo domingo es el partido, con minúscula (del Partido con mayúscula y de esta tediosa campaña ya suele hablar Basilio Lakort unas páginas más adelante). Para los no iniciados, el partido se juega en El Sadar. Y digo bien El Sadar porque, se ponga como se ponga la Consejería de Turismo de Navarra, el campo de Osasuna se llama El Sadar, como el del Betis es el Benito Villamarín y no el Ruiz de Lopera, el del Rayo es Vallecas y no el Teresa Rivero, Endarlaza es Endarlaza, y Pekín es Pekín (no Beijing). Y punto colorao. Qué manía ésta de llamar a las cosas con otro nombre. Prosigamos, que diría el otro. Osasuna, que está a salvo de descender a Segunda, recibe a la Real, que se juega la permanencia en Primera. Hace seis años, Anoeta acogió en la última jornada un duelo a la inversa. Osasuna se jugaba su futuro en Primera, con Lotina en el banquillo rojillo, y a la Real digamos que el partido ni le iba ni le venía. Por supuesto, Osasuna ganó aquel inenarrable partido repleto de suspicacias. El otrora presidente de Javier Miranda, cumpliendo una de tantas promesas, se bañó a medianoche en La Concha y agradeció eternamente el gesto de la Real. Aquella noche la inmensa mayoría de la afición de la Real apoyó a Osasuna. Dicen que el domingo la inmensa mayoría de la afición de Osasuna apoyará a la Real. Reza el dicho que el cliente siempre lleva razón. Fuentes, prepara el bañador para zambullirte en aguas del Arga.
lunes, 21 de mayo de 2007
Vende votos
Los sindicatos de Policía (Nacional, se entiende) han tirado estas últimas semanas la casa por la ventana para ganar las elecciones sindicales. Para no aburrir con las siglas, sólo diré, según señalaba el martes El Mundo, que un sindicato regalaba a sus afiliados un reproductor MP4, otro ofrecía un reloj valorado en 180 euros y un tercero superaba todo lo anterior y obsequiaba a sus íntimos con un televisor. Lógicamente, ninguno aseguraba que fuera para captar votantes sino para que sus respectivos afiliados acudiesen a votar (se ve que los polis se hacen los remolones cuando toca acudir a las urnas). Hace unos 15 años fui testigo presencial de un caso de soborno electoral. Un amigo, que ejercía de interventor, aprovechó un descanso para acercarse al bar en el que acostumbrábamos a vaguear jugando al mus. Entró e hizo la típica pregunta que se hace un día de elecciones: “Que, ¿ya habéis votado?”. Todo el mundo había votado, salvo uno de los presentados, que vendió a mi amigo el interventor su papeleta por una Heineken. Nótese que entonces la Heineken no era tan popular como ahora. De hecho, conozco a otro amigo que durante la Expo de Sevilla se pasó dos días buscando la barra de Heineken en el pabellón de Alemania. Al tiempo cayó en la cuenta de que era una marca holandesa. Yo no me vendo por una cervecita pero, amigo candidato, si usted me ofrece un pisito con vistas al mar, podemos empezar a hablar.Y si es en la costa guipuzcoana, y más en concreto en Hondarribia, igual hasta me afilio a su partido. Todo sea por la ideología.
miércoles, 16 de mayo de 2007
Golpes de impotencia
Me encuentro con una amiga en la calle, me frena en seco y me cuenta su caso. “Oye”, me dice, “tú que eres periodista (expresión muy utilizada por las amistades, por cierto), tienes que escribir en el periódico sobre esta gente (por decirlo con sutileza) que va por la vida dando golpes a los coches y luego se larga”. Ella se explica y yo me explico. Hablamos de los conductores (es un decir) que te dan un golpe en el coche, normalmente cuando está aparcado, y jamás te dejan una nota para que su seguro te cubra su torpeza al volante. Mi amiga me relata que hace unos días, cuando salía de su lugar de trabajo, vio que su joyita, un Clio de los de hace años, tenía un golpe en la parte delantera de esos que, si pasas por el chapista, te dejas 20.000 pelas. La primera duda te surge al momento. No sabes si te acaban de dar el golpe o si llevas con el mismo a cuestas desde hace varios días y no te has enterado.Tengo otro amigo que está especializado en recibir (que se me entienda, ¡eh!). Cada vez que se compra un coche, alguien se lo estrena con un coscorrón. La primera vez le ocurrió a su Corsa, blanquito él. Sólo una semana después de sacar el vehículo del concesionario, alguien le destrozó la parte delantera. Al tiempo adquirió otro coche, más grande ymás bonito. Un buen día, tras hacer las compras en un súper, se dirigió al aparcamiento y otro torpe le había abollado el maletero. Cuenta la revista Consumer que más de cuatro millones de vehículos (incluidas las motos y los ciclomotores) circulan enEspaña sin seguro. Amigos, anden por ahí con cuidado.
miércoles, 9 de mayo de 2007
Ganar por 17-0
Sucedió hace unos días en un campo de fútbol de Irun. Dos equipos de chavales de entre 10 y 12 años disputaban un partido en uno de tantos torneos que se celebran en Gipuzkoa. El equipo A debía ganar por ocho goles de diferencia al equipo B para seguir aspirando al trofeo de campeón. El equipo A, insaciable, machacó al equipo B, todo ilusión, hasta endosarle un 17-0 en los poco más de 30 minutos que duró el partido. La escena se repitió una y otra vez. Los jugadores del equipo B sacaban de centro, perdían el balón y recibían un gol tras otro. Espoleados por su entrenador, a los jugadores del equipo A no les bastó con los ocho goles. El caso era arrasar al contrario, como bien se encargó de recordar el técnico a un hombre que presenciaba el partido. Supongo que casos como el descrito se registran todos los fines de semana, ya sea en un campo de fútbol o en un torneo playero. Flaco favor hacen al deporte quienes se dedican a quitar la ilusión a unos chavales de 10 años. Tiran por la borda las ganas de jugar a fútbol de los perdedores y crean en los ganadores unas expectativas que luego casi nunca se cumplen. Afortunadamente, hay entrenadores que aplican otro tipo de tácticas a la hora de enfrentarse a un rival débil. Hace unos años tuve un entrenador que practicaba una loable filosofía. Si de antemano sabía que su equipo era infinitamente superior a su adversario, alineaba a sus peores jugadores e incluso no dudaba en jugar con uno menos que el contrario. Los perdedores disfrutaban hasta en la derrota. Vaya desde aquí una parada solidaria con el portero del 17-0. |
miércoles, 2 de mayo de 2007
La chispita del amor
Hace unos días me encontré con una amiga que trabaja como enfermera y, tras poner a parir (ella) a Osakidetza durante unos minutos y por aquello de desengrasar la conversación (yo), le planteé la típica pregunta intrascendente que luego te da para hablar media hora e irte por los Cerros de Úbeda. “Oye, en estos tiempos que corren, ¿por qué en los hospitales los hombres comparten habitación con los hombres, y las mujeres con las mujeres? ¿Por qué las chicos con los chicos y las chicas con las chicas?”, como decía aquella canción. Como ven, preguntas profundas donde las haya. Supongo que un poco aturdida, la pobre chica me contestó que los hombres no comparten cama y urinarios con las mujeres por preservar la intimidad de cada uno. Vamos, que ni en Osakidetza ni en ningún hospitalse cruzan los géneros, salvo en casos excepcionales. Pongamos que una pareja se encuentra de vacaciones y ambos agarran una gastroenteritis de aquí te espero. En casos como el descrito, es común que los responsables de los hospitales permitan a los tortolitos –o no tan tortolitos– compartir habitación. En otros centros sanitarios regidos por el sacrosanto Opus Dei son aún más estrictos. Cuentan las malas lenguas que a las enfermeras no se les permite colocar –¿se dice colocar?– las sondas urinarias a los pacientes del géneromasculino. Que ya son ganas de complicarse la vida. Y digo yo. ¿No es hora de cruzar los géneros en los hospitales? Seguro que de una pierna fracturada de una chica y de una herniadiscal de un chico surgiría la chispita del amor.
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