el Gobierno de la Comunidad de Madrid
ha renunciado esta semana a su megaplan para privatizar la sanidad
pública después de dos años de reveses judiciales y de protestas en la
calle de profesionales y ciudadanos. Su proyecto de dejar en manos
privadas seis hospitales que se estrenaron en 2008 ha pasado a mejor
vida. Hasta aquí lo importante, el meollo de la cuestión. Vayamos a lo
accesorio. Tres de esos seis centros sanitarios se llaman Infanta
Leonor, Infanta Cristina e Infanta Sofía. Reconozco que he recurrido a
una compañera de la redacción puesta al día en el colorín para saber
quién es la infanta Sofía (la segunda hija de don Felipe y doña Letizia,
me aclara). En la comunidad madrileña hay otro hospital que lleva por
nombre Infanta Elena, otro se llama Príncipe de Asturias, otro Rey Juan
Carlos y su santa esposa tiene, por lo menos, tres: en Murcia, Córdoba y
Tudela. Deduzco que Urdangarin, al que le van a endiñar hasta la muerte
de Manolete, no pone nombre a ninguno y que, a lo sumo, su prole tendrá
por ahí dedicado algún ambulatorio o un cuarto de socorro. Que a estas
alturas de la película se bautice a edificios públicos tirando del árbol
genealógico borbónico te retrotrae varios siglos atrás, al feudalismo,
al tiempo del rey, la Corte (de palmeros) y sus vasallos. Digo yo que en
Madrid habrá decenas de hombres y mujeres ligados a la sanidad
merecedores de dar nombre a un centro sanitario. Así que nada, sigan
poniendo a los hospitales públicos nombres monárquicos que luego el
campechano, el heredero y ellas se encargarán de ir a clínicas privadas
para parir vástagos o para operarse caderas y rodillas.
viernes, 31 de enero de 2014
viernes, 24 de enero de 2014
Can Barça
Mira tú por dónde, el presidente del Barça, Alexandre Rosell Feliu,
no ha tenido que dimitir por las antaño clásicas pañoladas en el Camp
Nou tras la enésima decepción de la hinchada, sino por las reiteradas
denuncias de un socio empeñado en pedir cuentas al més que un club. Jordi Cases, un farmacéutico de Esparraguera, es la cara visible de la querella que investiga el juez Ruz en la Audiencia Nacional por las presuntas irregularidades en el fichaje de Neymar.
Digo la cara visible porque no resultaría extraño que detrás de esta
denuncia se encuentren algunos de los personajes del famoso entorno
de Can Barça. Pese a que el asunto no ha hecho más que arrancar,
vuelven a salir a la palestra las obscenas cantidades de dinero que se
mueven en el opaco mundo del fútbol, que para más inri está
inundado de deudas multimillonarias. De fondo, como de costumbre,
aparecen las escandalosas comisiones que se llevan los intermediarios,
sean profesionales de la representación o familiares del futbolista de
turno. El padre de Neymar, entre otras millonarias prebendas, se lleva
crudos nueve millones por dos partidos amistosos del Barça contra el
Santos (las tarifas del caso Noós son pecata minuta en
comparación) y 7,9 millones por tener preferencia en el posible fichaje
de tres jugadores del club brasileño. De locos. El jugador cobrará 54
millones en cinco años, con diferentes primas por objetivos y varias
cláusulas, una de ellas alucinante: percibe 2,5 millones por aceptar
jugar donde le diga el entrenador. Camufla que algo queda.
jueves, 23 de enero de 2014
ITV
Ya puedes llevar en el
coche 40 kilos de hachís, 20 de marihuana, tres metralletas y cinco
kilos de amonal que, si detienen tu vehículo en un control policial, lo
importante es si has pasado la ITV. Sucede con frecuencia. Sea cual sea
el cuerpo de seguridad que instale el control, salvo que sea para
realizar un test de alcoholemia, la autoridad competente, casi por
instinto, dirige la mirada a la pegatinita que acredita si nuestro
utilitario ha superado el examen de rigor en esas instalaciones que, o
bien trabajan a medio gas porque parte de la plantilla está de huelga
(léase Irun y Urnieta), o bien están atestadas de coches y camiones que
guardan cola durante dos y tres horas (léase Doneztebe). Sí amigos, la
prueba de la ITV ha pasado de ser un engorroso trámite a un trámite
pesadísimo. Hemos pasado de hacerlo como se hacen aquí todas las cosas
(en un titá), a tener que esperar pacientemente en la cola practicando algo tan cool
como la calceta. O pidiendo cita previa que, en el caso de Irun, si se
hace a través de Internet, no se logra para antes del 12 de marzo.
Paciencia, paciencia. Hay que armarse de mucha paciencia. A las puertas,
dicen, de un desarme, se han multiplicado los controles policiales. Hay
de todos los colores: rojos, azules, verdes y azul oscuro. Hace unas
semanas, a un conocido cantante vasco le pararon los de la txapela verde
y el pinganillo. Le hicieron desmontar todas las cuerdas de su guitarra
para comprobar si llevaba droga escondida. Ahora nos enteramos de que
la Policía difundió el lunes un tuit en el que explicaba cómo esconder
porros si vas a viajar fuera del Estado. ¿En la trócola?
viernes, 17 de enero de 2014
'Guerra de cupcakes'
cuando el otro día vi una fotografía de la agencia Efe en la que el presidente de La Rioja, Pedro Sanz, recibía en una audiencia oficial a un niño que había ganado el MasterChef txiki de TVE, me dije: La moda de los concursos de cocina en televisión se nos ha ido de las manos.
En los últimos meses, al calor de los pucheros, los certámenes han
crecido como las setas. Me reservo la opinión porque reconozco que no he
visto ni uno solo de los concursos y a lo más que he llegado es a ver,
arrastrado por la chavalería, varias entregas de una cosa (creo que se
le puede llamar cosa) que emiten en Divinity y que lleva por nombre Guerra de cupcakes.
Siempre he pensado que la cocina es material para tratar con pausa, a
fuego lento y desprovisto de toda connotación competitiva, a pesar de
que siempre han abundado los concursos de tortilla de patata, de
ajoarriero, de calderetes y de guisos varios. Será que no soy
cocinillas. Todo lo que sé hacer en la cocina se resume en cinco años de
vida de universitario, o sea, un máster en espaguetis con tomate,
empanadillas, tortillas y, si acaso, unas patatas a la riojana. Me
especialicé en cambiar mi turno de cocina por el de fregar, así que con
eso lo digo todo. No me gusta cocinar en este país que rinde culto a la
comida. Pero me encanta comer y dejar el plato limpio como la patena.
Así que podría decir que lo único imprescindible en una cuadrilla es que
haya un buen cocinero. Y donde digo una cuadrilla, digo un equipo de
fútbol o un grupo de currelas. El cocinero es el único ingrediente que
no puede faltar.
viernes, 10 de enero de 2014
San Martín
"el nuevo mercado de San Martín debe ser un portal tecnológico y de
servicios propio del año 2000, un cibernario similar al existente en
París". Palabrita de Odón Elorza. Acabamos de
retroceder hasta el año 2000. Se acordarán porque aquella Nochevieja (o
no sé si la anterior) se iba a acabar el mundo. Bucear en la hemeroteca
tiene estas cosas. Te encuentras unos titulares que, pasados los años,
chirrían con la realidad. El viejo mercado de San Martín se metió en
obras en 2003 y dos años después nació un nuevo edificio. Pero ya no
había rastro de aquella planta que se iba a dedicar a las nuevas
tecnologías y al uso público de Internet. O quizás sí. Quizás el
entonces alcalde se refería a que una de las dos moles que forman el
mercado donostiarra iba a ser ocupada por una multinacional de los
discos, los libros y la electrónica en la que, efectivamente, cuando
entramos podemos probar el iPad y el iPhone, y escuchar unas canciones
por los auriculares. Quizás es que lo interpretamos mal. La otra gran
ala del mercado, hoy, varios años después, la va a ocupar enterita el
señor más rico de España, ese señor que no gasta un duro en publicidad
para vender su ropa porque todos le hacemos la propaganda gratis con el
boca a oreja. Así que el mercado de San Martín (puestos de abastos al
margen, donde se vende muy buen producto) se reduce a sendos mastodontes
y cientos de metros cuadrados ocupados por dos megaempresas. Y es que
una cosa es lo que se quiere y otra lo que se puede.
viernes, 3 de enero de 2014
Desconfiados
es martes. Entro a un
comercio de una localidad de Iparralde. Adquiero un artículo y, como de
costumbre, me dispongo a pagarlo con la tarjeta de crédito. También como
es habitual, entrego al dependiente la tarjeta de crédito y el
documento de identidad. El dependiente mira el DNI con curiosidad y
comenta: "Ya sé que en San Sebastián es obligatorio presentarlo, pero
aquí no. Aquí solo lo pedimos cuando se paga con cheques (en Iparralde
el abono con cheques es aún muy común, aunque sea para pagar pequeñas
cantidades)". Vamos, que el tipo se fía. Siempre he tenido la impresión
de que vivimos en un país de desconfiados, un país en el que la
picaresca es una virtud y burlar las normas está hasta bien visto. Así
que construimos una coraza para hacer frente a los desaprensivos, que
los hay. Este será de los pocos países en los que detienes tu vehículo
en un paso de cebra para ceder el paso a un peatón, y el peatón se niega
a cruzar y te hace aspavientos con las manos para que primero pases tú.
Un país en el que te tildarán de gilipollas si tienes dos pisos y los
escrituras al precio que los compraste, y en el que adquieres un coche y
lo pones a nombre de la amona, que no tienen carné de conducir pero es
más barato. No nos fiamos, no. No estamos en Suiza, donde dejas una
maleta a la vista en un descapotable y sabes que cuando vuelvas seguirá
en el mismo sitio. Estamos en un país en el que si vas a un camping que
está ocupado al 90% por ciudadanos holandeses, debes preocuparte del 10%
restante. No nos fiamos ni de nosotros mismos.
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