Yo venía aquí a hablarles de fútbol, que es la cosa más importante de las cosas menos importantes, pero va a ser que no. Otra vez será, que el bajonazo es importante. Así que vengo aquí a escribir sobre la experiencia de aparcar en Donostia, que a veces es una montaña rusa, o suiza, de emociones. Podría escribir un tratado sobre el tema después de 25 años de maniobras, idas y venidas. Es el peaje que se paga por vivir en un pueblo sin transporte público y tener que desplazarte a esta incomparable ciudad. En los últimos tiempos, el asunto se ha simplificado. Aparcas y, mientras caminas hacia el trabajo, pagas el tique de OTA con el móvil sin necesidad de pasar por el parquímetro. El sistema es rápido y cómodo, salvo cuando te interrumpen con una llamada mientras estás pagando. Tienes muchas posibilidades de que se te olvide pagar, por lo que a la vuelta te encontrarás con una receta de 50 euros (25 con pronto pago). O te puede pasar como el lunes pasado, que aparqué el coche por la mañana como Dios manda y a la vuelta no estaba. Alguien acordonó la zona, pegada al hotel en el que se alojaba el Mallorca, demasiado tarde y decidió que los vehículos sobraban. ¿Qué hizo? Moverlos (supongo que con una grúa) 200 metros más adelante. Pura magia.
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