Lo contaba ayer en estas páginas el montañero Patxi Goñi con profusión de detalles sobre su última mala experiencia en el Manaslu: las montañas más altas de la Tierra se han convertido en una romería de turistas. Los montes que antaño estaban reservados solo para que ascendieran unos elegidos, son hoy resorts repletos de nuevos ricos que suben ochomiles como quien se compra un capricho caro. El romanticismo ha desaparecido frente al poder de los dólares. Nada de recorrer un valle de Nepal, conocer a sus gentes y disfrutar de su exuberante paisaje hasta llegar al campo base para intentar luego ascender a la cima. Hoy lo que se lleva es montar en helicóptero para alcanzar el campamento base en un pis pas, subir el ochomil de turno por la vía normal y, agarrado a las cuerdas fijas instaladas previamente por los sherpas, enchufarse a la botella de oxígeno para llegar calentito a la cumbre. Arriba, una fotito, a ser posible enviada al instante y subida, cómo no, a las redes sociales para fardar con los amigotes, y vuelta al punto de partida. El Manaslu (octava cumbre más elevada del planeta) sufre lo que en el mundo del montañismo se conoce como Everestización, un aluvión de ascensiones de nulo valor que tiran por tierra las grandes gestas que el alpinismo ha protagonizado en el Himalaya y el Karakorum.
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