El 29 de mayo de 1953 Edmund Hillary se convirtió en el primer ser humano en hollar el Everest. Es la fecha y el nombre que guardamos en nuestro imaginario colectivo. Pero no. Hillary pisó la cima junto al sherpa nepalí Tenzing Norgay. De hecho, llegaron juntos a la montaña más alta del mundo, entonces de 8.848,43 metros y ahora, tras la reciente nueva medición, de 8.848,86 metros. En las imágenes solo sale Tenzing Norgay porque el alpinista neozelandés, grande en todos los sentidos, no quiso ser inmortalizado. Sucede algo parecido si acercamos la mirada al montañismo vasco. Martin Zabaleta plantó la ikurriña en el Everest después de subir mano a mano con Pasang Temba, pero quien aparece en la foto es el sherpa. Aunque no hay fotos que lo constaten, ni antes ni ahora hemos puesto en duda que Hillary y Zabaleta subieron al Everest. Ergo, tampoco deberíamos poner en duda que uno de los diez nepalís que el pasado sábado pasaron a la historia con la primera ascensión invernal al K2 lo hizo sin recurrir a oxígeno artifical, al contrario del resto de sus compañeros. Los sherpas ya no son solo meros acompañantes que hacen el trabajo sucio en las expediciones. Han dado un paso al frente. Pero los occidentales siempre arrimamos el ascua a nuestra sardina. Llamamos Everest a un monte que en realidad se llama Sagarmatha, si viajamos a Nepal, o Chomolungma, en su vertiente tibetana.
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