En Your honor, la miniserie de Movistar Plus que ha acabado esta semana, un modélico juez de Nueva Orleans, con una imagen intachable, rompe todos los códigos éticos y las normas que aplica a diario desde su estrado a raíz de un suceso que cambia su apacible vida. Su único hijo, también modélico, atropella a un joven y se da a la fuga. La víctima mortal, ya es casualidad, es el hijo de un nada modélico mafioso de la ciudad investigado en varias causas judiciales. Por proteger a su hijo, el juez Michael Desiato (el actor Bryan Cranston, más conocido como Walter White en Breaking bad) traspasa todos los límites y se envuelve en una maraña de mentiras y malas artes. Dada su buena reputación, sospecha que nadie sospechará nada. Si algo transmite la serie es que, en un momento de desesperación, el ser humano es capaz de cualquier cosa. Que hasta la persona más íntegra del mundo puede caer en la ofuscación que le lleve a cometer desde un crimen hasta saltarse una señal de stop. Lo estamos viendo estos días (no estoy estableciendo una comparación). Un cargo político sin tacha, con buena prensa, ha dimitido y luego ha confesado que "en un momento personal difícil" cometió un error. Lo trascendental suele ser repararlo y pedir perdón.
viernes, 26 de febrero de 2021
lunes, 22 de febrero de 2021
Lo que se lleva el fuego
viernes, 19 de febrero de 2021
Esenciales, pero menos
Si un epidemiólogo es un médico de cabecera con un cursillo, deduzco que un juez es un abogado con un cursillo, un arquitecto es un delineante con dos cursillos (una carrera muy dura, la de Arquitectura, digo); y un periodista es un juntaletras con un cursillo de fin de semana. Las analogías del juez Luis Garrido dan para un máster de los de Cristina Cifuentes. Cuando se desató la pandemia, los periodistas fuimos declarados gentes importantes. Nos consideraron trabajadores esenciales, que suena a algo así como que no se puede vivir sin nosotros. El Gobierno de Sánchez publicó un largo listado de profesiones y profesionales cuya actividad era primordial para que no se paralizara el país durante el estado de alarma. Un año después, somos los últimos de la fila en el proceso de vacunación. De nosotros no se va a acordar ni el Tato. Tenemos muy mala prensa. Y ya que no figuramos en los planes de vacunación (cuarto poder nos llaman, te ríes), al menos que recuerden que quiosqueros, repartidores de prensa, carteros, bancarios (que no banqueros), trabajadores de depuradoras y abastecimiento de agua, los empleados que cada noche recogen nuestras basuras, los barrenderos y el sector primario estuvieron todos los días al pie del cañón. Eran tan esenciales entonces como ahora, pero no figuran en la agenda de vacunación.
viernes, 12 de febrero de 2021
El riesgo y el vacío
Visto desde nuestro campamento base, nuestro sofá situado a 40 metros sobre el nivel del mar, la cadena de accidentes que en el último mes se ha cobrado la vida de seis montañeros en la cordillera del Karakorum resulta inexplicable, incomprensible. ¿Por qué jugarte el pellejo en ascender un ochomil? ¿Por qué hacerlo, además, en invierno, cuando se extrema el riesgo? El riesgo es inherente al alpinismo, al menos al alpinismo en las grandes cumbres. En alguna ocasión dijo el malogrado Iñaki Ochoa de Olza que el riesgo era precisamente lo que daba sentido a su vida, y hay quien afirma que la vida sin riesgo no es vida. Aunque parezca un contrasentido, quien asciende un ochomil asume los riesgos que entraña subir por un terreno que no puede controlar porque una montaña es ingobernable, pero se suele guiar por la prudencia. No banaliza el riesgo. A veces sufres un accidente en el sitio más insospechado. Reinhold Messner, que padeció las de Caín en el Himalaya y perdió a su hermano Günther en un infernal descenso del Nanga Parbat, sufrió en 1995 una grave lesión al saltar un muro en el castillo en el que vivía (creo recordar que se olvidó las llaves e intentó escalar el muro). Paradójico. El peligro es el vacío. El vacío que dejan en familiares y amigos las personas que pierden la vida en la montaña