La historia del himalayismo está plagada de hazañas en las que primaban las ascensiones comprometidas y por vías nunca antes transitadas frente a las expediciones por rutas normales, menos expuestas y más asequibles. La vertiente Rupal del Nanga Parbat, la cara sur del Annapurna o el pilar suroeste del Everest se recuerdan en los anales del montañismo como hitos que marcaron una época. En los últimos tiempos, la tendencia es a la inversa. La mercantilización ha ganado mucho terreno y se abren paso proyectos estrambóticos, que nada tienen que ver con la pulsión que siempre ha movido al alpinismo en las grandes alturas: el riesgo, la dificultad, la exploración de nuevas rutas... Uno de esos proyectos podría ponerse en práctica en la próxima temporada de expediciones al Everest. Una agencia austriaca planea ofrecer a unos clientes ingleses la ascensión al techo del mundo en solo siete días, de los que solo tres se invertirían en subir y bajar, y el resto en los traslados en avión y helicóptero. Para ello, les suministraría en un hospital de Katmandú una sesión de media hora de gas xenón, una sustancia prohibida por la Agencia Mundial de Antidopaje (AMA). El chute les ahorraría el periodo de aclimatación, que suele durar unas tres semanas. Y todo por el módico precio de 150.000 euros por persona. Un atajo que no hay por dónde cogerlo.
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