Un compañero de la universidad que era amigo de buscar parecidos, se empeñó en que un servidor era igualito que Andrés Jiménez. Para los no iniciados y las nuevas generaciones, habrá que recordar que Jiménez fue un excelente ala-pívot que primero triunfó en el Joventut y luego en el Barça. Sobra decir que el parecido se limitaba a que ambos teníamos (y seguimos teniendo, al menos yo) una nariz digamos que aguileña, muy propia del país. El caso es que en las últimas semanas, hasta tres personas me han confundido en la calle con otras tantas personas. He sido Gontzalo, Agustín y Aitor. A este último no tengo el gusto de conocer. A los otros dos sí, por lo que deduzco que la confusión proviene de que los tres (Gontzalo, Agustín y yo) pertenecemos a esta nueva tribu de la alopecia galopante. Puestos a buscar parecidos, a un sobrino le hemos encontrado trazas con un tal Shawn Mendes, cantante canadiense que por lo visto es ídolo de las adolescentes. Lo de buscar parecidos razonables viene de cuna. A los segundos de amanecer en este mundo, toda la parentela que pasa de visita por maternidad le saca parecidos a la criatura. Que si la mandíbula es del aitona, los ojos de la amona, el pelo de su madre y la boca de su padre. Una afición tontuna de la que no escapa nadie. Yo, en concreto, dicen que soy clavadito al tío Josemari.
sábado, 26 de marzo de 2016
sábado, 19 de marzo de 2016
Dos meses de capitalidad
el próximo miércoles se cumplirán dos meses del estreno oficial de Donostia como capital europea de la cultura. Imposible no recordar la fecha. Cuánto dinero público desperdiciado en media hora para una ceremonia de inauguración tan insustancial. Pasó aquella jornada, no precisamente a la posteridad, y la capitalidad ha ido quemando fechas con actividades por aquí y por allá para todos los gustos y colores. El frenético ritmo de ruedas de prensa y presentaciones casi diarias que convoca la oficina de Donostia 2016 contrasta con la frialdad con la que se está viviendo el arranque de la capitalidad. Por decirlo de otro modo, está pasando desapercibida. Cierto es que quedan por delante siete meses y que seguramente no se ha servido ni siquiera el aperitivo. Pero de puertas afuera da la impresión de que la ciudadanía no vive el acontecimiento con una pizca de entusiasmo. El Festival Stop War de la próxima semana será un buen termómetro para medir la temperatura de la capitalidad. Con una ciudad sumergida en las vacaciones de Semana Santa y tomada por los turistas, la iniciativa, mezcla de música, ocio y reivindicación de un mundo sin guerras, reúne todos los ingredientes para ser un éxito... a poco que acompañe el tiempo, un elemento imprevisible por estos lares.
viernes, 11 de marzo de 2016
N-121
en la antigua carretera N-121, en el tramo entre Behobia y Sunbilla, cada metro de cuneta nos recordaba un accidente, una vida rota, un vehículo volcado o un camión que había caído al río Bidasoa. Todos tenemos amigos, familiares o conocidos que se dejaron la vida en los incontables siniestros que se registraron en ese vial. La nueva N-121, parcialmente desdoblada, cumplirá siete años el próximo mes de junio. Y, desgraciadamente, mes a mes se marcan nuevos hitos negros en su asfalto, el último la semana pasada. A nadie se le escapa que el incremento del tráfico de camiones está detrás del aumento de la siniestralidad. A más camiones, más accidentes y más peligro. La nueva N-121 no está capacitada para absorber semejante circulación de vehículos pesados (unos 3.000 diarios). Para eso se construyó la autovía de Leitzaran. El ahorro de tiempo y dinero (se evitan peajes) explica que miles de camioneros elijan esta ruta después de atravesar Biriatu. Pero sería injusto achacar la peligrosidad de esta carretera solo al tráfico de camiones. Como en tantas otras carreteras, en la N-121 también hay conductores imprudentes (y más de un kamikaze) que se saltan a la torera el código de circulación y ponen en peligro sus vidas y, sobre todo, las de los demás.
jueves, 10 de marzo de 2016
JON ABRIL: “Las mujeres que fueron a trabajar a Iparralde han sido las grandes olvidadas”
Jon Abril estrena el documental ‘Neskatoak’, que recuerda a las mujeres que fueron a trabajar a Iparralde entre 1950 y 1970.
A través de los testimonios de quince protagonistas, el periodista navarro da voz a las decenas de mujeres de Hegoalde que se vieron obligadas a cruzar la muga para encontrar trabajo en Iparralde y en ciudades francesas como Burdeos, Toulouse o París. Apenas existe documentación escrita de un fenómeno social que se inició tras la Segunda Guerra Mundial y que se prolongó hasta bien entrada la década de los 70. Neskatoak (término que se usa en Iparralde para referirse a las criadas) fue uno de los proyectos elegidos por un jurado popular del programa Olas de Energía de Donostia 2016. Abril ha condensado más de 20 horas de entrevistas en un documental de poco más de 60 minutos.
–La idea del documental nace de las historias que su amatxi Micaela le ha contado durante toda su vida.
–Sí. Se quedó viuda con 40 años y, para sacar su vida adelante, dejó a sus dos hijos (mi padre y una de mis tías) en casa de un hermano y una hermana y se marchó a trabajar. Primero fue a San Juan de Luz y luego trabajó en una casa de Ziburu durante más de 20 años. Siempre ha tenido muchos vínculos con esa familia, incluso después de jubilarse, entre otros motivos porque cuatro sobrinas de ella también trabajaron allí. Se creó mucha sintonía entre las dos familias y siempre he mamado esas historias. Nos contaba cómo era su trabajo allí, cómo le permitían que sus hijos fueran a pasar el verano, la relación con sus sobrinas… Nunca había profundizado demasiado en el tema hasta que empecé a indagar. Me he llevado muchas sorpresas con la cantidad de mujeres que he encontrado. Por la cercanía con Lapurdi, Baztan y Bidasoa son las zonas que tuvieron a más mujeres trabajando en Iparralde, junto con Irun, Hondarribia y Oiartzun. Pero también hubo mujeres de Idiazabal, Tolosa, Bergara, Lekeitio, Donostia... Hubo de toda Gipuzkoa, Navarra, de Salazar, de Roncal. Podía haber hecho un documental con mujeres de toda Euskal Herria pero decidí acotarlo a Baztan y Bidasoa porque era más manejabe y era representativo. Son quince entrevistas y el testimonio de la profesora de la UPV Rosa Arburua, cuya madre trabajó en San Juan de Luz, y es la única persona que ha investigado en torno al tema.
Siempre se hace referencia al trabajo de los pastores que emigraron a Norteamérica, a los pescadores, a los que trabajaron en las talas de árboles en los Alpes, pero apenas se alude a estas mujeres. ¿Han sido las grandes olvidadas?
–Sí, sin lugar a dudas. De hecho, no existe casi nada de documentación. (El antropólogo) William Douglas las cita en un libro de los años 60 y hay algo escrito sobre las mujeres que se fueron a París. Pero de la emigración a San Juan de Luz, Hendaia, Biarritz y el resto de Lapurdi no he encontrado nada de documentación escrita, más allá de los testimonios de Rosa Arburua. Sobre las mujeres que trabajaron en París hay algo más porque en 1960 se calcula que había 40.000 españolas trabajando allí. Hay alguna película, algún estudio… Pero todo son datos generales y sin demasiada documentación, entre otras cosas porque la mayoría de ellas viajó de manera clandestina, bien porque eran exiliadas políticas o porque emigraron por la situación económica en la posguerra. Esa situación provocó que en los años 50 viajaran sin papeles, que carecieran de seguro, que no estuvieran registradas… lo que dificulta obtener datos. A partir de los 60 ya empiezan a tener contratos de trabajo pero no he logrado llegar a ninguna cifra.
En cierta manera hay un paralelismo entre la odisea de estas mujeres y las imágenes que vemos hoy de refugiados tratando de cruzar las fronteras por el monte. En el documental alguna de ellas recuerda que cruzaba la muga campo a través.
–En los años 50 sí. Luego, en 1956 España y Francia firmaron un acuerdo y a partir de ahí empezaron a conseguir el pasaporte con más facilidad, lo que les facilitaba viajar en autobús, cruzar la frontera con más normalidad… Pero las mujeres que se fueron en los años 50 no podían conseguir un pasaporte y se iban por monte y a escondidas. Eso les impedía volver con tanta asiduidad. Tenían que pasar más tiempo lejos de la familia y no tenían los permisos, que se ganaron más adelante como también tener un día libre en el trabajo, vacaciones… Las primeras que se fueron no tenían ni días libres ni vacaciones. Para ellas fue muy duro. Hay un paralelismo con la población emigrante que en los últimos años ha venido a trabajar aquí, mayoritariamente al servicio doméstico. Salvando las distancias y el tiempo, hay elementos que son muy similares. Las primeras que fueron no tenían contrato, incluso hay quien estuvo 8-10 años sin contrato. Al principio trabajaban en negro, pero luego ya les hicieron los papeles y cotizaban, tenían vacaciones...
¿Hacían los trabajos que no quería la población local?
–Eso es. En la década de los 50 todavía había bastantes chicas de Iparralde que trabajaban igual que ellas pero luego, como allí tenían más posibilidades de estudiar y de alargar su acceso al mundo laboral, ya había más diferencias.
¿Qué tipos de trabajos desempeñaban?
–Sobre todo estaban de internas en casas, y hacían de cocineras, doncellas… Y, en menor medida, cuidaban a niños o a personas mayores. Lo que más había era camareras, doncellas y servico doméstico. También había muchas que trabajaban en temporada de verano y Semana Santa haciendo lo que llamaban la temporada: trabajar en hoteles y restaurantes. Las que iban a hacer la temporada estaban de media tres o cuatro veranos y las internas estaban más años. Al principio sobre todo iban las chicas de los caseríos más pobres, con menos recursos. Era una manera de que en casa hubiera una boca menos que alimentar y además obtenían ingresos para la familia. Luego cambió un poco y con el trabajo de la temporada sacaban un dinero para poder casarse. Con dos o tres temporadas ya se casaban y dejaban el trabajo.
Se iban dejando aquí a sus familias.
–No he encontrado muchos casos de mujeres que se marcharan con hijos pero sí de mujeres que estaban a punto de casarse y por la situación económica decidieron marcharse, incluso retrasando su boda. O, como mi amatxi, que se fue dejando a sus dos hijos con sus hermanos. También hay chavalas que se iban con 14-15 años. Luego, a partir de los 60, se fueron con 18 años, pero en los 50 se iban muchas que eran menores de edad. Algunas se iban hasta Andorra o Foix en situaciones duras.
¿Se iban para trabajar y enviar parte de ese dinero a casa?
–En la mayoría de los casos sí. Hay alguna mujer que comenta en el documental que no era por ese motivo porque sus hermanos ya llevaban dinero a casa por el contrabando y cubrían las necesidades, o porque en Bortziriak en los 60 empieza la industria y se empieza a notar cierta mejoría. Pero la mayoría se marchan para llevar dinero a casa. Algunos padres pudieron comprar la casa en la que vivían gracias al dinero que les enviaba su hija. En muchos casos fue una ayuda vital, y a eso se añade que a la vez era una boca menos que alimentar en la mesa. Además, ese dinero en los años 50, al cambio del franco por la peseta, era mucho dinero. Una mujer comenta en el documental que trabajaba en una casa en Bera y ganaba 100 pesetas y se fue a San Juan de Luz y ganaba 1.000. La diferencia se fue haciendo más pequeña con el paso de los años, pero ganando 500 pesetas en Lesaka, pasaban a ganar 2.500 en Iparralde. En los 60, ganando 3.000, ganaba 4.500 al otro lado de la muga. La diferencia era de un 50% más de sueldo. En los 70 ya empieza a desaparecer el fenómeno porque los sueldos se empiezan a igualar, llega la industrialización y las mujeres tienen más opciones de incorporarse al mundo laboral. Es un fenómeno que se da tras la II Guerra Mundial, cuando en Francia se registra un repunte económico importante. E1 turismo tiene un gran auge que se focaliza en Biarritz, pero llega a Bidart, Anglet, Baiona o San Juan de Luz. Hay también casos de mujeres que fueron a casas de gente que se había exiliado durante la Guerra Civil en Sara, en San Juan de Luz, con gente conocida como Telesforo Monzón
¿Han mantenido estas mujeres vínculos luego con sus patronos?
–Algunas sí, tanto vínculos con los propietarios como con compañeras que trabajaron con ellas. Otras muchas tuvieron relación con chicas de su municipio. El efecto llamada funcionaba mucho y, por ejemplo, las de Arantza iban mucho a Hendaia porque una mujer de Arantza hacía de intermediaria y encontraba trabajos en hoteles y casas de Hendaia. O iban a través de una prima o una hermana y en esas casas se relacionaban entre ellas. Hay todavía quienes celebran una comida anual.
¿El idioma fue una barrera o el hecho de que muchas supieran euskera o francés facilitó su integración?
–En las casas en las que se sabía euskera, hay quien no aprendió ni palabra de francés porque los dueños eran euskaldunes. En Iparralde con el castellano al principio te apañabas. Pero hay, por ejemplo, el caso de una chica de Zugarramurdi que se fue a Dax y no sabía ni palabra de francés. Era una dificultad añadida. En los casos en los que no tenían a nadie alrededor, aprendieron a la fuerza y en otros lo justo para defenderse. Las que trabajaban en restaurantes u hoteles de cara al público lo aprendieron y otras que se limitaban a limpiar habitaciones, aprendieron lo básico para comunicarse. Algunas fueron a Iparralde, donde conocieron a gente que trabajaba en París o a propietarios de casas que durante el invierno vivían en París y se las llevaron a trabajar. Otras a través de alguna conocida pasaron directamente a trabajar en Burdeos o Toulouse. Pero París fue un destino muy fuerte y en la mayoría de los casos, no en todos, había un paso previo por Iparralde. Era raro que salieran a la aventura. La principal fuente de colocación era alguien conocido de la persona que ya trabajaba para ellos.
Por todas las experiencias que vivieron, ¿tienen más empatía hacia los emigrantes?
–Te dicen que se sienten reflejadas. Es verdad que emigraron a pocos kilómetros y en algún caso el idioma era el mismo, pero ven que ellas también tuvieron que abandonar su localidad, su ámbito familiar y el desapego fue tal que se encontraron con un mundo que desconocían por completo. Hay quien descubrió que aquí vivían en una dictadura. Les supuso un desarraigo muy fuerte.
Y marcó sus vidas.
–En la mayoría de los casos les marcó. Luego fueron mujeres bastante avanzadas para su tiempo. Vinieron con la mente mucho más abierta que lo que se encontraban en sus pueblos. Muchas veces eso generaba choques. Nos consideraban que ya éramos chicas perdidas porque aparecíamos con pantalones, dice una de ellas. Otra fue la primera que se casó de blanco, con vestido de cola. Aquello era casi prohibitivo. Pero en el mundo laboral muchas siguieron trabajando cuando entonces era típico que las mujeres dejaran de trabajar cuando se casaban. Tenían una mentalidad más abierta.
De vuelta a casa, ¿les costaba adaptarse?
–A algunas sí. De hecho, hay quien decidió ir a vivir a otro pueblo. Después de vivir en París o en San Juan de Luz, llegar a un pueblo de 500 habitantes no era fácil.
A veces no podían ni siquiera volver.
–En la década de los 50, e incluso a principios de los 60, tenían limitado el número de pases al año aun teniendo el pasaporte.
Cuentan algunas que pasaban a Iparralde por el monte.
–Una de ellas cuenta que el domingo, después de servir la comida, como tenía la tarde libre, cogía el autobús de San Juan de Luz hasta Sara y desde Sara iba a Bera por monte andando para estar una hora con sus padres en casa y volver de nuevo por monte. No podían cruzar la muga.
Es un trabajo que históricamente no se ha reconocido.
–No he encontrado nada. Así como ha habido reconocimientos a los pastores, a los que se fueron de mendi-mutil o a los que se fueron a la pesca, con estas mujeres no he encontrado absolutamente nada.
¿Por alguna razón?
–Porque fueron mujeres y porque hicieron labores domésticas que hoy en día no están reconocidas en la sociedad. También tiene peso el factor distancia. Irse a América suponía en muchos casos no regresar. Era más fácil regresar desde Iparralde. l
A través de los testimonios de quince protagonistas, el periodista navarro da voz a las decenas de mujeres de Hegoalde que se vieron obligadas a cruzar la muga para encontrar trabajo en Iparralde y en ciudades francesas como Burdeos, Toulouse o París. Apenas existe documentación escrita de un fenómeno social que se inició tras la Segunda Guerra Mundial y que se prolongó hasta bien entrada la década de los 70. Neskatoak (término que se usa en Iparralde para referirse a las criadas) fue uno de los proyectos elegidos por un jurado popular del programa Olas de Energía de Donostia 2016. Abril ha condensado más de 20 horas de entrevistas en un documental de poco más de 60 minutos.
–La idea del documental nace de las historias que su amatxi Micaela le ha contado durante toda su vida.
–Sí. Se quedó viuda con 40 años y, para sacar su vida adelante, dejó a sus dos hijos (mi padre y una de mis tías) en casa de un hermano y una hermana y se marchó a trabajar. Primero fue a San Juan de Luz y luego trabajó en una casa de Ziburu durante más de 20 años. Siempre ha tenido muchos vínculos con esa familia, incluso después de jubilarse, entre otros motivos porque cuatro sobrinas de ella también trabajaron allí. Se creó mucha sintonía entre las dos familias y siempre he mamado esas historias. Nos contaba cómo era su trabajo allí, cómo le permitían que sus hijos fueran a pasar el verano, la relación con sus sobrinas… Nunca había profundizado demasiado en el tema hasta que empecé a indagar. Me he llevado muchas sorpresas con la cantidad de mujeres que he encontrado. Por la cercanía con Lapurdi, Baztan y Bidasoa son las zonas que tuvieron a más mujeres trabajando en Iparralde, junto con Irun, Hondarribia y Oiartzun. Pero también hubo mujeres de Idiazabal, Tolosa, Bergara, Lekeitio, Donostia... Hubo de toda Gipuzkoa, Navarra, de Salazar, de Roncal. Podía haber hecho un documental con mujeres de toda Euskal Herria pero decidí acotarlo a Baztan y Bidasoa porque era más manejabe y era representativo. Son quince entrevistas y el testimonio de la profesora de la UPV Rosa Arburua, cuya madre trabajó en San Juan de Luz, y es la única persona que ha investigado en torno al tema.
Siempre se hace referencia al trabajo de los pastores que emigraron a Norteamérica, a los pescadores, a los que trabajaron en las talas de árboles en los Alpes, pero apenas se alude a estas mujeres. ¿Han sido las grandes olvidadas?
–Sí, sin lugar a dudas. De hecho, no existe casi nada de documentación. (El antropólogo) William Douglas las cita en un libro de los años 60 y hay algo escrito sobre las mujeres que se fueron a París. Pero de la emigración a San Juan de Luz, Hendaia, Biarritz y el resto de Lapurdi no he encontrado nada de documentación escrita, más allá de los testimonios de Rosa Arburua. Sobre las mujeres que trabajaron en París hay algo más porque en 1960 se calcula que había 40.000 españolas trabajando allí. Hay alguna película, algún estudio… Pero todo son datos generales y sin demasiada documentación, entre otras cosas porque la mayoría de ellas viajó de manera clandestina, bien porque eran exiliadas políticas o porque emigraron por la situación económica en la posguerra. Esa situación provocó que en los años 50 viajaran sin papeles, que carecieran de seguro, que no estuvieran registradas… lo que dificulta obtener datos. A partir de los 60 ya empiezan a tener contratos de trabajo pero no he logrado llegar a ninguna cifra.
En cierta manera hay un paralelismo entre la odisea de estas mujeres y las imágenes que vemos hoy de refugiados tratando de cruzar las fronteras por el monte. En el documental alguna de ellas recuerda que cruzaba la muga campo a través.
–En los años 50 sí. Luego, en 1956 España y Francia firmaron un acuerdo y a partir de ahí empezaron a conseguir el pasaporte con más facilidad, lo que les facilitaba viajar en autobús, cruzar la frontera con más normalidad… Pero las mujeres que se fueron en los años 50 no podían conseguir un pasaporte y se iban por monte y a escondidas. Eso les impedía volver con tanta asiduidad. Tenían que pasar más tiempo lejos de la familia y no tenían los permisos, que se ganaron más adelante como también tener un día libre en el trabajo, vacaciones… Las primeras que se fueron no tenían ni días libres ni vacaciones. Para ellas fue muy duro. Hay un paralelismo con la población emigrante que en los últimos años ha venido a trabajar aquí, mayoritariamente al servicio doméstico. Salvando las distancias y el tiempo, hay elementos que son muy similares. Las primeras que fueron no tenían contrato, incluso hay quien estuvo 8-10 años sin contrato. Al principio trabajaban en negro, pero luego ya les hicieron los papeles y cotizaban, tenían vacaciones...
¿Hacían los trabajos que no quería la población local?
–Eso es. En la década de los 50 todavía había bastantes chicas de Iparralde que trabajaban igual que ellas pero luego, como allí tenían más posibilidades de estudiar y de alargar su acceso al mundo laboral, ya había más diferencias.
¿Qué tipos de trabajos desempeñaban?
–Sobre todo estaban de internas en casas, y hacían de cocineras, doncellas… Y, en menor medida, cuidaban a niños o a personas mayores. Lo que más había era camareras, doncellas y servico doméstico. También había muchas que trabajaban en temporada de verano y Semana Santa haciendo lo que llamaban la temporada: trabajar en hoteles y restaurantes. Las que iban a hacer la temporada estaban de media tres o cuatro veranos y las internas estaban más años. Al principio sobre todo iban las chicas de los caseríos más pobres, con menos recursos. Era una manera de que en casa hubiera una boca menos que alimentar y además obtenían ingresos para la familia. Luego cambió un poco y con el trabajo de la temporada sacaban un dinero para poder casarse. Con dos o tres temporadas ya se casaban y dejaban el trabajo.
Se iban dejando aquí a sus familias.
–No he encontrado muchos casos de mujeres que se marcharan con hijos pero sí de mujeres que estaban a punto de casarse y por la situación económica decidieron marcharse, incluso retrasando su boda. O, como mi amatxi, que se fue dejando a sus dos hijos con sus hermanos. También hay chavalas que se iban con 14-15 años. Luego, a partir de los 60, se fueron con 18 años, pero en los 50 se iban muchas que eran menores de edad. Algunas se iban hasta Andorra o Foix en situaciones duras.
¿Se iban para trabajar y enviar parte de ese dinero a casa?
–En la mayoría de los casos sí. Hay alguna mujer que comenta en el documental que no era por ese motivo porque sus hermanos ya llevaban dinero a casa por el contrabando y cubrían las necesidades, o porque en Bortziriak en los 60 empieza la industria y se empieza a notar cierta mejoría. Pero la mayoría se marchan para llevar dinero a casa. Algunos padres pudieron comprar la casa en la que vivían gracias al dinero que les enviaba su hija. En muchos casos fue una ayuda vital, y a eso se añade que a la vez era una boca menos que alimentar en la mesa. Además, ese dinero en los años 50, al cambio del franco por la peseta, era mucho dinero. Una mujer comenta en el documental que trabajaba en una casa en Bera y ganaba 100 pesetas y se fue a San Juan de Luz y ganaba 1.000. La diferencia se fue haciendo más pequeña con el paso de los años, pero ganando 500 pesetas en Lesaka, pasaban a ganar 2.500 en Iparralde. En los 60, ganando 3.000, ganaba 4.500 al otro lado de la muga. La diferencia era de un 50% más de sueldo. En los 70 ya empieza a desaparecer el fenómeno porque los sueldos se empiezan a igualar, llega la industrialización y las mujeres tienen más opciones de incorporarse al mundo laboral. Es un fenómeno que se da tras la II Guerra Mundial, cuando en Francia se registra un repunte económico importante. E1 turismo tiene un gran auge que se focaliza en Biarritz, pero llega a Bidart, Anglet, Baiona o San Juan de Luz. Hay también casos de mujeres que fueron a casas de gente que se había exiliado durante la Guerra Civil en Sara, en San Juan de Luz, con gente conocida como Telesforo Monzón
¿Han mantenido estas mujeres vínculos luego con sus patronos?
–Algunas sí, tanto vínculos con los propietarios como con compañeras que trabajaron con ellas. Otras muchas tuvieron relación con chicas de su municipio. El efecto llamada funcionaba mucho y, por ejemplo, las de Arantza iban mucho a Hendaia porque una mujer de Arantza hacía de intermediaria y encontraba trabajos en hoteles y casas de Hendaia. O iban a través de una prima o una hermana y en esas casas se relacionaban entre ellas. Hay todavía quienes celebran una comida anual.
¿El idioma fue una barrera o el hecho de que muchas supieran euskera o francés facilitó su integración?
–En las casas en las que se sabía euskera, hay quien no aprendió ni palabra de francés porque los dueños eran euskaldunes. En Iparralde con el castellano al principio te apañabas. Pero hay, por ejemplo, el caso de una chica de Zugarramurdi que se fue a Dax y no sabía ni palabra de francés. Era una dificultad añadida. En los casos en los que no tenían a nadie alrededor, aprendieron a la fuerza y en otros lo justo para defenderse. Las que trabajaban en restaurantes u hoteles de cara al público lo aprendieron y otras que se limitaban a limpiar habitaciones, aprendieron lo básico para comunicarse. Algunas fueron a Iparralde, donde conocieron a gente que trabajaba en París o a propietarios de casas que durante el invierno vivían en París y se las llevaron a trabajar. Otras a través de alguna conocida pasaron directamente a trabajar en Burdeos o Toulouse. Pero París fue un destino muy fuerte y en la mayoría de los casos, no en todos, había un paso previo por Iparralde. Era raro que salieran a la aventura. La principal fuente de colocación era alguien conocido de la persona que ya trabajaba para ellos.
Por todas las experiencias que vivieron, ¿tienen más empatía hacia los emigrantes?
–Te dicen que se sienten reflejadas. Es verdad que emigraron a pocos kilómetros y en algún caso el idioma era el mismo, pero ven que ellas también tuvieron que abandonar su localidad, su ámbito familiar y el desapego fue tal que se encontraron con un mundo que desconocían por completo. Hay quien descubrió que aquí vivían en una dictadura. Les supuso un desarraigo muy fuerte.
Y marcó sus vidas.
–En la mayoría de los casos les marcó. Luego fueron mujeres bastante avanzadas para su tiempo. Vinieron con la mente mucho más abierta que lo que se encontraban en sus pueblos. Muchas veces eso generaba choques. Nos consideraban que ya éramos chicas perdidas porque aparecíamos con pantalones, dice una de ellas. Otra fue la primera que se casó de blanco, con vestido de cola. Aquello era casi prohibitivo. Pero en el mundo laboral muchas siguieron trabajando cuando entonces era típico que las mujeres dejaran de trabajar cuando se casaban. Tenían una mentalidad más abierta.
De vuelta a casa, ¿les costaba adaptarse?
–A algunas sí. De hecho, hay quien decidió ir a vivir a otro pueblo. Después de vivir en París o en San Juan de Luz, llegar a un pueblo de 500 habitantes no era fácil.
A veces no podían ni siquiera volver.
–En la década de los 50, e incluso a principios de los 60, tenían limitado el número de pases al año aun teniendo el pasaporte.
Cuentan algunas que pasaban a Iparralde por el monte.
–Una de ellas cuenta que el domingo, después de servir la comida, como tenía la tarde libre, cogía el autobús de San Juan de Luz hasta Sara y desde Sara iba a Bera por monte andando para estar una hora con sus padres en casa y volver de nuevo por monte. No podían cruzar la muga.
Es un trabajo que históricamente no se ha reconocido.
–No he encontrado nada. Así como ha habido reconocimientos a los pastores, a los que se fueron de mendi-mutil o a los que se fueron a la pesca, con estas mujeres no he encontrado absolutamente nada.
¿Por alguna razón?
–Porque fueron mujeres y porque hicieron labores domésticas que hoy en día no están reconocidas en la sociedad. También tiene peso el factor distancia. Irse a América suponía en muchos casos no regresar. Era más fácil regresar desde Iparralde. l
viernes, 4 de marzo de 2016
'Neskatoak'
Difícil no resistirse a ver las imágenes que a diario llegan de refugiados de Irak y Siria que escapan de las bombas y tratan de entrar en Europa, y compararlas con las fotografías en blanco y negro de mujeres y hombres que en la posguerra huían de la dictadura de Franco, de la miseria y del hambre. Con quince protagonistas como hilo conductor, el periodista Jon Abril ha rescatado en el documental Neskatoak las vivencias de las decenas de mujeres que entre 1950 y 1970 dejaron atrás a sus padres, sus hermanos (algunas incluso a sus hijos) para ganarse la vida en Iparralde y en ciudades francesas que florecían económicamente después del desastre de la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de ellas trabajaron como internas en casas o como camareras, cocineras o en el servicio de habitaciones de hoteles y restaurantes. Fueron neskatoak, término con el que se conoce a las criadas en Iparralde, y su trabajo en lo que popularmente conocemos como servicio doméstico era muy semejante al que vemos aquí y ahora representado por decenas de mujeres sudamericanas y del Este de Europa. A diferencia de otros emigrantes (los pastores de América, los arrantzales, los aizkolaris que trabajaron en los Alpes), su labor nunca ha sido reconocida. Sirva la cinta de Abril de homenaje a todas ellas.
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