Allá por 1999, Tabacalera (entonces con c) anunció una reestructuración industrial que incluía el cierre de su planta en Donostia y tres años después se fue con los cigarros a otra parte. Entre pitillo y pitillo, allá por enero de 2001, Odón Elorza tuvo la idea de convertir aquel edificio de dimensiones siderales en un centro cultural de referencia, en lugar del híper comercial que planteaba Tabacalera (hoy Altadis). Diez años, mil propuestas y cien mil reuniones después, Tabacalera se ha convertido en la Alhóndiga de Donostia. Llámenme escéptico, pero no veo a las máquinas entrando el próximo 18 de abril en la vieja fábrica. Supongo que 24 horas antes, alguno de nuestros insignes rectores de la cosa pública pondrá alguna pega al penúltimo del último convenio y volveremos a empezar. De hecho, todavía sigo sin entender la redimensión que se le ha dado al proyecto tras el ataque de pánico que le dio en mayo pasado al alcalde. Si todo pasa por reducir el presupuesto de 75 a 70 millones de euros (calderilla tratándose de un plan de esta envergadura), buscar nuevos clientes en tiempos de crisis e intentar mamar de la teta de Kutxa, pues sentados esperaremos a que entren las máquinas, se defina el proyecto, una vez más, y se le dote de contenidos. La única certeza que tengo es que Elorza seguirá al frente del Ayuntamiento cuando se inaugure Tabakalera (ahora con k). De todos los diputados generales, consejeros y diputados de Cultura, directores y responsables del centro que se han sucedido desde 2001 hasta hoy, es el único que continúa en el cargo. Eternamente, Odón.
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