El otro día entré en un bar de Donosti. Pedí dos cortados (uno de ellos cortito de café, mi contraria es así), y dos Cola Cao pequeños. El camarero, salao como él solo, preparó los cortados y le echó mucho arte a los Cola Cao. Como si fuera Aguaplast, embadurnó los dos vasos de cacao, vertió la leche de rigor y removió el contenido. Luego puso en cada plato cuatro galletas María Dorada, de propina, supuse, y un par de pajitas. Dado que el bar estaba de clientes hasta arriba y que me gusta eso de llevar la consumición de la barra a la mesa (se lleva en los genes), hice las veces de camarero. 7,40 euros me costó la sobremesa. Poco me parece, oye. Estuve a punto de soltarle eso que tanto se escucha en las pelis americanas: "Quédese con el cambio". Pagué cada Cola Cao (tamaño mini) a 2,10 y cada cortado a 1,60 euros. Y gracias que doy, porque aseguran los expertos que dentro de una semanas se disparará el precio del café por una subida de la materia prima en origen. Que ya somos europeos, oiga. Al día siguiente del cafelito otro simpaticote chavalote, trabajador de una de esas empresas que el sábado se reunió con Zapatero, vino a casa a hacer la revisión del gas. "Son tres minutos", me dijo. Tres minutos clavados, sí señor. Cogió un aparatito parecido a un móvil y fue examinando unas cuantas juntas del gas. Luego sacó un par de papelotes, escribió "OK" y firmamos los dos, tan contentos, esto para mí y esto para ti. 46,41 euros más IVA. A 25 céntimos el segundo de curro (sin IVA). Tres horas después, ahí seguía el chavalote de casa en casa por el barrio. Que me rescate la UE, porfi.
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