Resido a unos 300 metros de una parroquia, así que mis oídos están más que habituados a los tañidos de las campanas. Suenan a y cuarto, a y media, a menos cuarto, en punto, las vísperas de festivos, los festivos, los días de misa mayor, los de misa menor, en bodas, bautizos y comuniones. Hay, sin embargo, un sonido de las campanas al que no me acostumbro: es el que popularmente se denomina como "tocan agonía". Son golpes secos que anuncian la muerte de un vecino y que hoy, metidos en pleno siglo XXI, se siguen escuchando con el mismo ritual que hace tropecientos años. Las campanas del "tocan agonía" (sería más adecuado decir que "tocan a muerto") tienen su propio código comunicativo. Si son antes de las ocho de la mañana, significa que el funeral del difunto (de cuerpo presente, of course) es ese mismo día y, si son después de las ocho de la mañana, quiere decir que las honras fúnebres serán al día siguiente. El número de campanadas es distinto si se trata de un hombre o una mujer, así que quien escucha los tañidos maneja unos cuantos datos para averiguar la identidad del fallecido. Una llamada a tu madre, o viceversa, suele servir para aclarar quién nos ha dejado, o para embarullarlo aún más, porque normalmente no conoces al finado. "Es complicado explicarte quién era. Seguro que no le conocías", suele ser la respuesta de manual en una conversación más propia de Sálvame Deluxe. Aquí aún se estilan las campanas, y en otras zonas tiran de bandos por megafonía. Por aquello de cambiar esta liturgia, la Iglesia podría innovar y tocar las campanas cada vez que nazca un nuevo vecino. Que no todo sean penas.
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