Ya saben aquello de que
en Gipuzkoa se debate, se debate y se vuelve a debatir si es conveniente
o no construir esta o aquella infraestructura, y en Bizkaia se ejecutan
construcciones sin parar, en un frenesí sin parangón en el mundo
mundial. Hoy son pocas las voces que discuten la transformación de
Bilbao y su metrópoli en los últimos 20 años. Con el Guggenheim como
icono, la ciudad ha pasado de ser un polo industrial en declive a
convertirse en un atractivo lugar que combina servicios y ocio. Al
cobijo del museo, Bilbao ha ido levantando un muestrario de
infraestructuras que rematará con San Mamés Barria y la regeneración de
la isla de Zorrozaurre. Todo de color de rosa (hasta el Nervión ha
vivido una mutación increíble; hoy se puede nadar en sus aguas sin que
te coma el fango), si no fuera porque en determinados proyectos a sus
impulsores se les ha ido la mano. Por concretar, apuntaremos dos: el
mastodonte Bilbao Exhibition Centre (BEC) y la Supersur, la variante de
la variante de Bilbao. El BEC es una ruina. Con la galopante crisis y la
caída del mercado de ferias y congresos, la instalación se ha revelado
como una apuesta desproporcionada, con unas dimensiones tan siderales
como su deuda: acumula pérdidas de 320 millones de euros desde que se
abrió en 2004. La Supersur (de pago) no anda a la zaga. Costó 900
millones de euros (es la segunda infraestructura más cara de Euskadi,
solo superada por el TAV) y no ha absorbido ni la mitad del tráfico de
la vieja variante. La Diputación preveía recaudar con los peajes 25
millones en 2012, pero solo ingresó seis. Pues eso, que no es oro...
todo lo que reluce.
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