Gérard Holtz, el periodista deportivo francés más famoso (también es el mejor pagado y, seguramente, el más guapo), acostumbra a despedir sus programas con una frase (“Vive le sport!”) a la que durante estas semanas añade la coletilla de “Vive le Tour!”. Que el Tour vive y está vivo se ha demostrado en seis días de carrera. El fin de semana pasado, mirabas la pantalla del televisor y te daban ganas de plantarte en la campiña inglesa y sumarte a las oleadas de aficionados que poblaron las cunetas como jamás se ha visto. El Tour es francés, la lengua que tradicionalmente ha gobernado el ciclismo y la UCI, pero, paradójicamente, desde hace años en el pelotón el idioma que más se habla es el inglés. Los equipos y las marcas comerciales anglosajonas (con los fabricantes de bicicletas a la cabeza) han pasado a liderar un deporte que, pese a los escándalos, sigue siendo un buen escaparate para vender productos, sea una bici o una ciudad. El Tour, el Giro y la Vuelta son una herramienta de promoción turística de primer orden. No hay mejor postal que las imágenes que ofrece el helicóptero. Dame una autocaravana, dinero para gasolina y 21 días de vacaciones, y déjate de Punta Cana y el Caribe. Donde estén los Dolomitas, que se quite todo.
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