santiago Calatrava ha edificado su trayectoria (y su ego) diseñando edificios mastodónticos con forma de ave que se levantan con presupuestos de millones de euros aportados por instituciones públicas. Rara vez cumple los plazos de ejecución, el coste se suele duplicar, triplicar o cuadruplicar, y en más de una ocasión el trabajo final presenta notables deficiencias. La última perla del arquitecto benimatense es la estación de metro del World Trade Center, en plena zona cero, en el corazón de Nueva York. El proyecto, denominado Oculus, simula, cómo no, un ave (otra más) con las alas abiertas, acumula ya varios años de retraso (no atribuible solo a Calatrava) y su coste se ha disparado hasta los 3.500 millones de euros. La terminal entrará en funcionamiento en poco más de un mes y apuesto 1.000 a 100 a que no faltará un parte de incidencias en forma de goteras o piezas que se desprenden. Al ilustre diseñador le acompaña un currículum de chapucillas que van desde las losetas deslizantes del puente Zubizuri de Bilbao a los defectos en el Palacio de Congresos de Oviedo, pasando por el resbaladizo cuarto puente sobre el Gran Canal de Venecia, los desprendimientos en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia (que costó 1.200 millones de nada) o las filtraciones de agua en la bodega Ysios. Marchando un Premio Pritzker.
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