Todos los años el Zinemaldia proyecta las películas ganadoras de los principales premios unos minutos después de que concluya la gala de clausura. Coges las entradas con varios días de antelación y a ciegas. En el caso de la Concha de Oro, te puede caer el Gordo o la pedrea. Este año cayó pedrea: Tardes de soledad. Desde el sábado he leído sesudas críticas sobre el documental de Albert Serra. Como no soy experto en la materia, no sé valorar el arte del cineasta catalán desde el punto de vista audiovisual. Un colega que sabe del asunto me dice que en ese apartado la cinta es impecable: buenas imágenes y buen sonido. Como mero espectador, diré que mi partenaire sacó el abanico varias veces (y no precisamente para vitorear al torero), que apartó varias veces la mirada de la gran pantalla para no ver los chorros de sangre que manaban cada vez que se ajusticiaba a un toro, y que la mitad del respetable abandonó el Victoria Eugenia antes de que acabara la proyección. Se pueden hacer mil lecturas, pero el retrato que queda del mundo de la tauromaquia es casposo a más no poder. Mandan los “cojones” y el “par de huevos” que tiene el protagonista, el torero Andrés Roca Rey, ante el toro, el “hijoputa” que embiste muy malamente. Tal es la adulación de la cuadrilla por el matador, que uno de ellos, el más locuaz, remata una de las faenas con un: “Eres una belleza enorme de ser humano”.
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