viernes, 3 de septiembre de 2010

Fignon

Acongoja ver una escena que se produjo en France 2 en la última etapa del pasado Tour, cuando el pelotón enfilaba hacia los Campos Elíseos de París (está colgada en YouTube). Un mandamás de la redacción de Deportes de la televisión gala acababa de dar las gracias a Laurent Fignon por haber intervenido en todas las retransmisiones de la ronda, pese a que el cáncer de páncreas ya le carcomía las entrañas. El fallecido ciclista, que por efecto de la enfermedad comentó las etapas con la voz rasgada, como si fumara diez paquetes de tabaco diarios, quiso agradecerle el gesto, pero se derrumbó entre lágrimas. Era su último Tour, la carrera que tanto le había dado y tanto le había quitado. Hay en la escena varios segundos de silencio (esos silencios tan clásicos de las retransmisiones ciclistas) que hablan por sí solos. La muerte de Fignon me ha pillado la misma semana que he acabado de leer No querían ganar (Saga Editorial), un delicioso relato de Jorge Nagore, columnista de este periódico, sobre el Tour de 1983, precisamente el primero que ganó el campeón francés. Un ciclismo de otros tiempos, sin televisión en directo a este lado de los Pirineos ni pinganillos... pero que ya arrastraba algunos de los problemas que sufre hoy. El dopaje, por ejemplo, con la diferencia de que entonces se castigaba al corredor pillado con diez minutos de penalización en la clasificación general y un mes de sanción que podía elegir entre los doce del calendario, y ahora le caen dos años. Entonces eran los anabolizantes y las anfetaminas; hoy es la EPO.

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