Asegura Ignacio Buqueras,
presidente de la Asociación para la Racionalización de los Horarios
Españoles (ARHOE), que, a falta del rescate financiero que Mariano Rajoy
acabará pidiendo más pronto que tarde, hay otro rescate que debería
formar parte de la agenda del Gobierno del PP desde ya: el rescate que
necesitan los horarios de trabajo en España. Cuando el resto de Europa
lleva ya dos o tres horas en el tajo, en la piel de toro mayormente se
está desayunando. Y cuando en Bruselas salen del trabajo, en Madrid se
entra después de dar cuenta de la comida, el cafelito y una
imprescindible sobremesa (eso si no cae la siesta nacional). España es
el país de la paradoja. Los ciudadanos que tienen un empleo (un bien
cada vez más escaso) son los europeos que más tiempo pasan en su puesto
de trabajo (272 horas más que un alemán, por ejemplo). Sin embargo,
tienen el dudoso honor de ser de los trabajadores menos productivos de
la UE. "No es lo mismo estar en el trabajo que trabajar", apunta
Buqueras, que no aboga por adoptar el horario británico o el portugués.
Quizás el problema no sea el lugar del meridiano de Greenwich que ocupa
España. Es un asunto de costumbres y vicios adquiridos. Un país que
desayuna a las nueve, come a las tres y media, cena a las nueve (en
invierno) o a las once (en verano), programa el fútbol por la televisión
a las diez de la noche (e incluso a las once) y arranca a medianoche
con sus espacios deportivos estelares en las radios es complicado que
tenga un ritmo biológico que le permita trabajar a pleno rendimiento.
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