Para quienes no estén
puestos (con perdón) en el mundo del ciclismo, conviene explicar que el
molinillo era el sistema, por llamarlo de alguna manera, que Lance Armstrong
utilizaba para someter a sus rivales cuando la carretera se empinaba.
El molinillo consistía en aumentar el ritmo de las pedaladas. En sus
tiempos de vino y rosas, Armstrong, gira que te gira, llegaba a dar 90
pedaladas por minuto en rampas imposibles. O sea, que iba a 1.000
revoluciones. Y casi siempre diseñaba el mismo plan. Tras forzar la
máquina sus compañeros de equipo, atacaba en la primera rampa del último
puerto de la jornada montañosa de turno, y no había Dios (ciclista) que
le siguiera la rueda. Hoy sabemos que ese molinillo, músculos al
margen, lo movía con gasolina EPO y derivados varios. No seré yo quien
contradiga a la Agencia Estadounidense Antidopaje (USADA) ni a los
arrepentidos compañeros de equipo de Armstrong. Pero no me cuadra que el
tejano no fuera cazado en ningún control antidopaje. El ciclismo es,
con muchísima diferencia, el deporte que se somete a más controles para
intentar mantener a raya a los tramposos. Un corredor debe comunicar
dónde se encuentra a todas horas. Si a las seis de la mañana llaman a la
puerta de su casa, sabe de sobra que no es el lechero. Armstrong fue
sometido a decenas de controles. Así que es imposible que la UCI no
detectara que recurría continuamente, por no decir obsesivamente, a
sustancias prohibidas. Solo desde la comunión de intereses, y con dinero
de por medio, se entiende que hiciera la vista gorda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario