viernes, 26 de octubre de 2012

El molinillo

Para quienes no estén puestos (con perdón) en el mundo del ciclismo, conviene explicar que el molinillo era el sistema, por llamarlo de alguna manera, que Lance Armstrong utilizaba para someter a sus rivales cuando la carretera se empinaba. El molinillo consistía en aumentar el ritmo de las pedaladas. En sus tiempos de vino y rosas, Armstrong, gira que te gira, llegaba a dar 90 pedaladas por minuto en rampas imposibles. O sea, que iba a 1.000 revoluciones. Y casi siempre diseñaba el mismo plan. Tras forzar la máquina sus compañeros de equipo, atacaba en la primera rampa del último puerto de la jornada montañosa de turno, y no había Dios (ciclista) que le siguiera la rueda. Hoy sabemos que ese molinillo, músculos al margen, lo movía con gasolina EPO y derivados varios. No seré yo quien contradiga a la Agencia Estadounidense Antidopaje (USADA) ni a los arrepentidos compañeros de equipo de Armstrong. Pero no me cuadra que el tejano no fuera cazado en ningún control antidopaje. El ciclismo es, con muchísima diferencia, el deporte que se somete a más controles para intentar mantener a raya a los tramposos. Un corredor debe comunicar dónde se encuentra a todas horas. Si a las seis de la mañana llaman a la puerta de su casa, sabe de sobra que no es el lechero. Armstrong fue sometido a decenas de controles. Así que es imposible que la UCI no detectara que recurría continuamente, por no decir obsesivamente, a sustancias prohibidas. Solo desde la comunión de intereses, y con dinero de por medio, se entiende que hiciera la vista gorda.

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