Parafraseando a Forrest Gump, el mar es como una caja de bombones: nunca sabes qué te va a tocar. Por ejemplo, te plantas en la costa británica un día lluvioso y gris y, de repente, llega a tus pies un BMW de gran cilindrada, un par de televisiones, paquetes de comida para perro y pañales para equipar a todos los bebés de tu barrio. O, sin ir tan lejos, vas a pasear a la orilla de la playa de Hendaia y te encuentras un fardo de coca que flota en el agua. Lo que sucedió hace un par de años en la costa de Lapurdi –la Policía halló 700 kilos de droga que había tirado por la borda un barco narcotraficante– es una mera anécdota frente a la que se está montando estos días en la playa inglesa de Branscombe. El mar escupe toda la mercancía que portaba el Napoli, un carguero que encalló frente a Devon, al suroeste del país. Y más de uno y más de dos están haciendo el agosto en enero. Arramplan con todo lo que llega y se lo llevan a casa o lo subastan en el portal de Internet eBay. Hace un par de días salía en la televisión un tipo que trataba de subir por una empinada cuesta una barrica de roble francés vacía –el vino se lo había bebido el mar–. Cuestionado por el periodista sobre qué iba a hacer con semejante trasto, respondió que iba a transformar la barrica en florero para su jardín. Impresionante idea. Al lado de casa también hay quien se aprovecha de la desgracia ajena. El pasado domingo un camión se estampó sobre una casa abandonada en la carretera que ya estarán imaginando. Sólo unas horas después ya había un hombre que cargaba en su furgoneta las lechugas desparramadas en la cuneta.
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