La Eurociudad Vasca, una iniciativa para potenciar las relaciones económicas, sociales y culturales en el corredor urbano comprendido entre Donostia y Baiona, nació en 1993 y tuvo su máximo apogeo en el cambio de siglo. Se trataba de romper la frontera mental que separa Hegoalde e Iparralde, un espacio en el que conviven 600.000 habitantes con una amalgama de administraciones, infraestructuras y modos de vivir, y vertebrar lo que se venía a llamar “una nueva ciudad europea”. Los gobiernos, a un lado y otro del Bidasoa, se aplicaron a la tarea, crearon incluso un Libro Blanco (no hay proyecto sin Libro Blanco) y pusieron en marcha iniciativas más o menos tangibles. Salta a la vista que Baiona y Donostia, separadas por apenas 50 kilómetros, en determinados ámbitos viven de espaldas. Más de 20 años después de su puesta en marcha, la Eurociudad Vasca es una realidad más teórica que práctica. El día a día, y perdón por el trazo grueso, es que dos multinacionales se han convertido en los mayores polos de atracción para los ciudadanos de ambos lados del Bidasoa. Ellos vienen a las tiendas de Amancio (no hay ninguna en Iparralde) y nosotros, por lo visto, vamos al nuevo centro que el gigante sueco del mueble abrió en septiembre en Baiona: el 35% de las visitas que ha recibido en su primer mes son de ciudadanos de Hegoalde.
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