El Tour del fair play, como ya he leído que se va a denominar a esta edición de la más popular (que no mejor) carrera por etapas del mundo, tiene todavía mucho que aprender del fútbol. Lo habrán visto en infinidad de partidos, sobre todo en la Liga, aunque es un práctica habitual que no entiende de fronteras. El juego limpio en el fútbol es sencillo: un equipo tira el balón fuera porque un jugador se encuentra lesionado y, cuando le devuelven la pelota, la manda a la otra punta y, si hace falta, presiona luego la salida del balón. De tanto repetirse, hay entrenadores que ya han dado órdenes a sus jugadores para que no devuelvan el balón al adversario en ningún caso. Practicar el fair play en el ciclismo resulta más complicado. Si pinchas, pinchas; si se te avería la bici, se te avería; y si te caes, te caes. Así ha sido toda la vida y, entre otras razones, por eso el ciclismo se corre en equipo. Nada reprochable tiene el gesto de Alberto Contador, aunque resulte poco creíble que asegurara que no vio que Andy Schleck había sufrido una avería. Lo vio él y lo vieron todos los rivales que perseguían al luxemburgués. Lo curioso es que mientras se censura el gesto de Contador, se aplaude la picaresca de Fabian Cancellara al mandar parar a todo el pelotón tras la caída de Frank Schleck camino de Spa. Fair play es no pelear por la victoria con un rival cuando has estado chupando su rueda 200 kilómetros. Fair play es lo que hizo Jens Voigt en el Giro de 2006, en la cima de San Pellegrino, cuando no disputó el triunfo a Juanma Garate porque consideró que no había trabajado lo suficiente en la escapada.
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