En ocasiones, el mundo del alpinismo se queja con razón de que la prensa no especializada sólo dedica espacio al montañismo cuando sucede una de estas tres circunstancias, o las tres al mismo tiempo: 1) Muere un alpinista, mayormente en un ochomil, después de sufrir un accidente o una situación agónica; 2) un alpinista logra inscribir su nombre en la carrera de los ochomiles, el más mediático de los objetivos; y 3) un mocoso de trece años dice haber ascendido el Everest o un japonés de 98 tacos sube al Cho Oyu con su nieto. Decía que, a veces, tienen razón, y no hay más que echar la mirada al pasado fin de semana para comprobarlo. El pasado lunes, Marca y AS, los dos periódicos deportivos de mayor tirada, le dedicaban doce y cuatro líneas, respectivamente, a la gesta de Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza en el Broad Peak. No es cuestión de criticar a los colegas, que cada uno hace lo que le viene en gana con sus periódicos y sus páginas, y no estamos para dar lecciones. Es cuestión de poner en valor el logro de estos alpinistas, y en especial de Iñurrategi, el único que coronó de un tirón, en tres días, las tres cumbres del Broad Peak. Tres días (con sus noches) por encima de los 7.500 metros sin sherpas, sin cuerdas fijas y sin botellas de oxígeno. Cuando nos den la tabarra con el Balón de Oro, acuérdense de que Iñurrategi seguramente será candidato al Piolet de Oro, el prestigioso galardón mundial que reconoce la actividad montañera más importante del año. Acredita méritos de sobra.
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