A Simone Moro, alpinista italiano que cuenta con cuatro primeras ascensiones a ochomiles en invierno, estos días le pitan los oídos. Ha recibido un alud de críticas por afirmar que la muerte en el Nanga Parbat de su compatriota Daniele Nardi y del estadounidense Tom Ballard ha sido de todo menos casual. En un arranque de sinceridad, Moro ha declarado que los dos montañeros conocían el máximo riesgo que entraña ascender este ochomilpor la ruta del espolón Mummery (nunca se ha logrado), más aún en invierno, cuando se suceden las avalanchas de nieve y hielo: “Es como jugar a la ruleta rusa, una forma de suicidio”. Moro no se ha refugiado en el corporativismo y entiende que debe alertar a las futuras generaciones de la diferencia que hay entre dificultad y peligrosidad, dos términos fronterizos, que no similares. Entiende que la dificultad de una ruta es un reto, una motivación para un alpinista, pero que siempre se debe medir el peligro extremo que entraña, por ejemplo, una vía nunca escalada. Vamos, que no merece la pena dejarse la vida en el intento. Nardi, padre de un niño de seis meses, y Ballard, que también perdió a su madre en el Himalaya, no vivirán para contarlo. Alex Honnold vive y lo cuenta en el documental Free solo, otra historia en la que la muerte ronda cada minuto. Pero eso lo dejo para mañana.
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